Desde muy pequeña mi mamá nos acostumbró a mis hermanas y a mí ir a la Iglesia todas las tardes a participar del rezo del Santo Rosario. Recuerdo con especial cariño y con mucha alegría el mes de mayo ya que este mes se dedicaba con singular reverencia y devoción a nuestra Madre del cielo, todos los días junto con el rezo del Santo Rosario los niños debían llevar flores para ofrecer a la Virgen. En nuestra casa no habían flores así que nosotras teníamos que ir donde las vecinas a pedirlas para no llegar con las manos vacías delante de nuestra Madre Celestial. El día que se nos olvidaba pedirlas encontrabamos la ‘manera’ de conseguirlas en los jardines cuando íbamos de camino a la casa de Dios. En este tiempo aunque no había sacerdote en el pueblo los valores espirituales se alimentaban de la experiencia de las señoras piadosas del pueblo y de lo que se inculcaba en la familia.
Como no recordar uno de los acontecimientos de gran trascendencia que generó en mi la inquietud vocacional, ocurrió el ocho de diciembre de 1995. Tenía once años de edad cuando hice la primera comunión, a esta misma edad por primera vez estando sentada en un columpio del parque ubicado en el centro del pueblo, el padre Jhony me convidó para al convento. Desde ese día en mi mente quedó fijada la idea de saber que era eso. Sin duda alguna, en mi corazón la inquietud de conocer que era ser religiosa crecía y se alimentaba cada mes de diciembre cuando al pueblo llegaban los grupos de misioneros para celebrar con la comunidad las novenas de navidad, pues en ese tiempo no había sacerdote estable en la comunidad y cuando venían lo hacían solo para fechas especiales. También para esa época retornaba al pueblo la hermana Cristina quien llegaba a visitar a su familia, pero que no perdía la oportunidad de reunirse con los jóvenes para hablarles acerca de la vocación y también para animarlos a continuar fortaleciendo la participación en la Iglesia.
Posteriormente al terminar mis estudios en el colegio Técnico Agropecuario de las Conchitas, que solo llegaba hasta noveno grado, mi mamá, Sara Beleño Palmera, recibió la llamada de la Señora Maria Antonia Salas, oriunda del pueblo pero hacía tiempo se había establecido en Cartagena de Indias D.T.C. y en enero del año 2000, con el fin de terminar mis estudios y obtener el diploma de bachiller fui a vivir con mi tía María Antonia Salas a la ciudad de Cartagena de Indias. Siendo mi tía una cristiana comprometida con la Iglesia y amante de la Eucaristía me incentivó a participar y desarrollar mi compromiso bautismal, así que decidí participar del grupo Juvenil que en ese tiempo se estaba formando en la Parroquia Cristo Salvador ubicada en el Barrio de los Jardines. Poco a poco fui colocando mis dones al servicio de la Iglesia realizando actividades tales como: animación con el canto, proclamación de lecturas y como grupo participaba en las grandes actividades organizadas para recolectar fondos para la parroquia.
Los designios de Dios son maravillosos y se vale de personas para hacer resonar en los corazones su voz, fue así que un día de actividades en la casa cural el Padre Pedro Arrieta me hizo la pregunta que generaría las mas profundas dudas sobre mi existencia, pero que también podía dar respuesta a la pregunta formulada por el padre Jhony cuando tenía once años de edad. El me preguntó ¿tú has pensado en ser religiosa?¿Te gustaría ser religiosa? Fue en este momento que expresé la inquietud y el deseo que había guardado por tanto tiempo en mi mente y en mi corazón. El Padre Pedro era el capellán de la fraternidad de Emaús así que me puso en contacto con las hermanas Franciscana Misioneras de María Auxiliadora las cuales me acompañaron y abrieron sus puertas para acogerme ayudándome a discernir y a tener claridad de la respuesta que quería darle Dios en el carisma franciscano.
Después de participar de varios encuentros de aspirantes, convivir un tiempo con las hermanas, realizar el retiro de discernimiento y de participar en una misión de navidad, en enero del año 2005 ingresé a la comunidad. La caminada no ha sido fácil, pues como seres humanos siempre tenemos altos y bajos, solo espero que Dios que ha comenzado esta obra buena en mí la lleve a feliz termino.