Ser testigos del amor misericordioso del Dios Uno y Trino.

Es lo que mueve nuestra vida y nuestra historia, siempre atentas a los signos de los tiempos.

Organización

La Congregación tiene su Sede General en Bogotá, Colombia. Está organizada en regiones misioneras, teniendo en cuenta las particularidades de la misión. También cuenta con algunas oficinas regionales y administrativas para acompañar la misión y administrar las obras, de acuerdo con la constitución y las leyes de cada país.

Nuestra trayectoria

La salida del Convento de Altstätten en Suiza, hacia Chone en Ecuador, marcó el nacimiento de una comunidad independiente para la Madre Bernarda y sus seis compañeras. Desde Cartagena, Colombia, donde las hermanas se establecieron después de Ecuador, la Congregación se desarrolló y se expandió. La acogida de Monseñor Eugenio Biffi significó apoyo y aprobación por parte de la Iglesia Diocesana. 

Nuestra historia

En el siglo XII surgieron grupos de mujeres laicas las cristianas que se asociaban y se dedicaban a la oración, a las obras de caridad y al apostolado. Asumían una vida ascética y común sin la emisión de votos o adhesión a la clausura, constituyendo un modo de vida alternativo a lo que era posible para las mujeres de la época.

En el siglo XIII, ese movimiento pasó a ser conocido como Beguinas. Los beguinarios se tornaron centros místicos e intelectuales muy importantes. El movimiento creció y se expandió rápidamente. El Papa Inocencio III lo reconoció informalmente en el año de 1226, el mismo año de la muerte de Francisco de Asís.

Como consecuencia de las determinaciones del Concilio de Viena (1311-1312), parte de las beguinas se adhirió a la Orden Franciscana Secular y asumió características de la vida monástica, dando origen a las nuevas  comunidades religiosas. 

El Papa encargó al Superior General de los Franciscanos para el atender espiritualmente a muchos de estos conventos femeninos. Así, las congregaciones de la Tercera Orden Franciscana Regular se multiplicaron.  

En Suiza, varios grupos de beguinas se establecieron en las proximidades del lago de Constanza. Vivian del trabajo manual, de la limosna y de la oración. En 1516 fue fundado, en Altstätten, el convento que más tarde recibió el nombre de “María Hilf”.

En 1526, las beguinas de Altstätten se integraron en la Tercera Orden Regular de San Francisco de Asís y pasaron a denominarse Hermanas Capuchinas. Más tarde, construyeron al lado del Convento una Iglesia que, al consagrarla, el Obispo dedicó al amparo de “María Hilf” (María Auxiliadora), probablemente recordando la realidad eclesial en que vivían, situación similar al contexto de Lepanto. Desde allí, viene el nombre de: Capuchinas de María Auxiliadora.

Bajo los reflejos de la Revolución Francesa (1789) y de la política anti-religiosa, el Convento de María “Hilf” fue saqueado. Algunas religiosas necesitaron huir (1803), quedando apenas algunas mayores. Las huidas regresaron y el convento fue prohibido de recibir nuevas religiosas. Vivieron tiempos de esterilidad, extrema pobreza, falta de personal y, además de todo, abandono de la asistencia espiritual, provocada por la supresión de la Abadía de Saint Gallen que asistía las religiosas.

En 1816, las hermanas fueron nuevamente autorizadas a recibir novicias, más la falta de personal prevaleció por un largo tiempo. Solamente en 1860, cuando los Frailes Capuchinos asumieron la administración económica y la dirección espiritual del convento, la situación  mejoró, aunque lentamente.

En 1867 el convento de María Hilf contaba con 14 religiosas, de las cuales ocho eran mayores y varias se encontraban enfermas.

El día 28 de mayo de 1848, en la aldea de Auw,  Canton de Argovia (Argau), Suiza, nasció Verena Bütler, hija de Enrique y Catalina Bütler, la cuarta de ocho hermanos.

En el mismo día del nacimiento, Verena fue bautizada en la Iglesia de Auw apadrinada por el tío Bucardo Bütler. Su nombre fue un homenaje a la empleada Verena de Tebas, virgen eremita del siglo III que falleció en Zurzach, Suiza, muy apreciada y venerada en la región.   

Verena creció en un hogar impregnado de valores cristianos. Su papá era un hombre justo, piadoso y trabajador. Su madre era bondadosa y caritativa, devota de la Virgen María y miembro de la Orden Franciscana Secular. Los padres educaban a sus hijos en el amor y en la bondad. Eran honestos y trabajadores, inculcando estos valores en los herederos, desde tierna idead.

La vida al aire libre, en medio a la naturaleza, era el ambiente preferido de Verena. Disfrutaba el trabajo en el campo, los paseos por los bosques, las fiestas, el movimiento, los juegos. Así alimentó su creatividad infantil y la sensibilidad poética. Descubrió el gusto por la naturaleza cuando comenzó  a frecuentar la escuela a los siete años de idead. Quedar encerrada en sala de clase fue para ella una verdadera penitencia, excepto, en las clases de redacción, donde podía soltar la imaginación y escribir sobre asuntos de su predilección.   

Cultivando la sensibilidad con las bellezas naturales y el gusto por el campo, Verena desarrolló la capacidad contemplativa. Sintió brotar en si el deseo por el silencio y la soledad. Decía tener nostalgia de Dios. Impelida por esta inquietud, interrumpía sus juegos y oraba. Con esta piedad, vivenció intensamente la Primera Eucaristía y la visita de Jesús, como ilustre huésped de su alma.

La Verena adolescente cultivó sus dones; sensible a las cosas de Dios, lo sentía muy próximo. En este tiempo, descubrió el amor humano que disputaba lugar con sus anhelos de estar con el Señor. Desarrolló una profunda espiritualidad, e hizo su opción entre el amor divino y el amor humano. A los diecisiete años vio despertar el consciente deseo de hacerse religiosa. Tras superar la reprobación de la familia, con la ayuda de un fraile capuchino, ingresó en el Instituto de las Religiosas de Santa Cruz en Menzingen; más Jesús mismo le reveló no ser este el lugar de su destino. Así, tomó la firme decisión de regresar a la casa.    

Corría un año desde su regreso de Menzingen. Verena disfrutaba el convivir de la familia y no pensaba regresar al convento.  El día 30 de abril de 1867 el Padre Beda, OFM fue a visitar la aldea para la acostumbrada coleta de limosna. Este día marcó el cambio definitivo en la vida de Verena.

  Al percibir la aproximación del Padre Beda a la residencia paterna, Verena huyó para el cuarto del tío. Este, a su vez, se  encargó de conducir el sacerdote a su encuentro. Al verla, el Padre Beda dice: “¡Si, si! Tú al final, irás para el convento y serás religiosa”. En estas palabras, Verena sintió  confirmarse el llamado de Dios.

Verena, prontamente, se dirigió a los familiares buscando permisión para retornar a la vida religiosa. Quien se opuso fue la madre. El párroco, al ser consultado, dio consentimiento: “Creo que tienes las cualidades necesarias para la vida religiosa. Ve con Dios”. Luego, alcanzó, también, la aprobación de la madre.

En los conventos de Cham y Zug, no alcanzó admisión. A través del vicario, supo del convento de Alstätten en Saint Gallen. Se trataba de un convento muy pobre y con muchas hermanas mayores. La intuición de Verena confirmaba ser este el lugar donde Dios la esperaba. Escribiendo al convento de María Auxiliadora, recibió respuesta afirmativa. El día 12 de noviembre de 1867, a los diecinueve años de idead, las puertas del convento se abrieron para recibirla.

Verena inició el itinerario de preparación para la vida religiosa en la etapa del postulantado. Descubrió el ritmo del convento, los ejercicios religiosos, aprendió sobre realidades nuevas. También experimentó la nostalgia y las exigencias de la vida espiritual. Antes de la admisión al noviciado, pudo visitar nuevamente su familia.

El día 4 de mayo de 1868, Verena vistió el hábito religioso y recibió el nombre de María Bernarda del Sagrado Corazón de María. A partir de allí, la novicia crecía en la experiencia de Dios y emprende una lucha espiritual a fin de conquistar las virtudes.  El día 04 de noviembre de 1869, Verena es admitida a la profesión religiosa. Aunque reconocida por el convento, fue una profesión silenciosa.  Por la ley civil de la época, Verena no poseía la edad mínima exigida para el compromiso religioso.

Con la profesión religiosa, llegan también desafíos para María Bernarda. Ella observó, dentro del convento, miembros que incumplían la Regla y Estatutos de la forma de vida propia. Sentía tristeza, mas rezaba y servía buscando vivir su consagración con fidelidad.

Antes de la profesión solemne, juntamente con las compañeras novicias, decidió comunicar al obispo de Saint Gallen estas realidades. La reforma del convento era urgente. En caso de que esto no ocurriese, ella y las colegas buscarían traslado para otro lugar. El Obispo se encargó de los trámites para favorecer el ambiente religioso en María Hilf. La profesión solemne de las jóvenes aconteció  el día 4 de octubre de 1871.

En los primeros años de la profesión, Bernarda se dedicaba a la rutina de la vida contemplativa. Disfrutaba, como siempre, el trabajo en el campo, en los viñedos, en los jardines y pomares del convento. En 1874, su formadora del noviciado asumió el gobierno de la comunidad. Esta hermana, confió a María Bernarda algunos encargos: los de proveedora y ecónoma. La función incluía la administración de los trabajos y división de las provisiones. María Bernarda se tornó responsable de la producción, cosecha y almacenamiento de los alimentos y bebidas producidas en el convento, destinadas al sustento. También debía cuidar de las compras y de la contabilidad. El desempeño de estos servicios permitió la mejora financiera en María Hilf. Mas esto no significó necesariamente, la renovación espiritual tan deseada por Bernarda.

En los cambios de dirección, la preocupación de las superioras se enfocaba en la situación financiera del convento. María Bernarda estaba insatisfecha y lo manifestaba a los directores espirituales. Pasó por la incomprensión de la comunidad. Fue tratada como melancólica e histérica. En medio a este torbellino, le fueron confiados los encargos de vicaria y maestra de novicias, servicios que la llevaron a recorrer las sendas de la humildad.

Uno de sus confesores, experimentado en la vida de espíritu, percibió la legitimidad de las intuiciones de María Bernarda. Pero, le puso algunas pruebas para que pudiera vencer la noche oscura y alcanzar la claridad. La educó en la escuela del reconocimiento de sus defectos e imperfecciones.

Algún tiempo después, María Bernarda fue elegida Superiora de María Hilf. En este período, permaneció como Maestra de Novicias. Con empeño, buscó la renovación espiritual de la comunidad teniendo como base el Evangelio y el respeto por la Regla. Introducía las jóvenes en la práctica de la virtud animándolas a vencer el orgullo y el resentimiento, enemigos de los caminos del espíritu. Procuraba formar religiosas adornadas de fortaleza y generosidad. Desbordaba en compasión por las jóvenes y enfermas,  dedicándose con interés y preocupación.

El foco de trabajo fue direccionado a la formación y organización de la rutina, para favorecer el ambiente religioso y contemplativo en María Hilf. María Bernarda recuperó algunas prácticas en el cultivo de la fe e introdujo otras,  por ejemplo, la adoración perpetua. Se empeñaba ella misma en la observancia del carisma y de la Regla. Su testimonio contagió a las religiosas y la vida franciscana renació. Las hermanas, espontáneamente, despertaron a un compromiso más radical. El fruto de esta renovación, fue extraordinario, manifestado en muchas solicitudes para admisión al convento.

Madre María Bernarda procuraba vivir en profundidad el espíritu franciscano. Experimentaba la comunión de la Santísima Trinidad y el amor misericordioso en el Verbo Encarnado. Recibió la gracia de la union mística con Dios. Más el Señor le reservaba un nuevo llamado: el de ser misionera. Ella responde generosamente a este llamado, cambiando el rumbo de su vida.

En 1887, por mediación del provincial de los capuchinos, Padre Buenaventura Fray, María Bernarda descubrió el vasto campo de misión existente en América. El fraile deseaba llevar algunas hermanas para actuar allí, partiendo en otoño de este año. El corazón de las religiosas ardió de entusiasmo motivando un nuevo proyecto: fundar un convento en las misiones.

Las condiciones son observadas por el Obispo de Dakota para esta nueva fundación y  no fueron aceptas por el visitador del Convento de María Auxiliadora. ¡Frustración! Todo cayó por tierra. Más el Padre Buenaventura supo de las inquietudes del Obispo de Portoviejo, en Ecuador, y de las tantas necesidades en su diócesis. El pueblo carecía de asistencia espiritual y había pocos sacerdotes. Estaba preocupado, especialmente, con la juventud. Buenaventura le indicó, entonces, el Convento de María Auxiliadora.

Madre María Bernarda y las hermanas aceptaron atender la oferta en Ecuador. El consentimiento de Don Schumacher fue rápido y afirmativo. Varias hermanas se mostraron dispuestas a partir. El convento prometió enviar siete religiosas. Las que partieron fueron:

– Hermana María Bernarda Butler;

– Hermana Caridad Brader;

– Hermana María Isabela Huber;

– Novicia Laurentia Sutter;

– Novicia María Dominga Spirig;

– Novicia María Otmara Haltmeier;

– Postulante Micaela Rhomberg;

 Madre María Bernarda renunció al cargo de superiora para  tornarse misionera. En esto buscó, también, garantías de poder observar la clausura y la pobreza evangélica cuando llegase al destino. La nueva fundación sería una extensión de María Auxiliadora. Las hermanas debían, también, renunciar a  sus derechos y obligaciones y alcanzar la dispensa de Roma para emprender el nuevo camino. Las siete misioneras fueron desligadas del convento de origen y agregadas a la Diócesis de Portoviejo. Se aproximaba un tiempo de mucha renuncia y privaciones, a partir de una realidad nueva y desconocida tierra misionera.

En 19 de junio 1888, después de la oración de las matines, aconteció la despedida. En Havre en Francia, las religiosas tomaron el vapor “Labrador” hasta llegar al puerto de Colón, Panamá. Después tomaron un navío inglés para Manta en Ecuador, arribando el día 29 de julio de 1888. Aun necesitaron seguir un tramo más por tierra, a fin de alcanzar el destino. Pasaron por Rocafuerte, donde conversaron con el Obispo, y fueron encaminadas a Chone, el campo de misión para el cual estaban destinadas. Llegaron allí  el día 08 de agosto. Encontraron un ambiente desafiador a la evangelización.  

Las incansables misioneras se pusieron a trabajar. Lentamente, conquistaron el pueblo. Luego percibieron que las condiciones del lugar y el clima presentan situaciones diferentes a las de María Hilf. Se dedicaban especialmente a la educación, a la salud y a la catequesis. En poco tiempo, fueron solicitadas para otros lugares de los alrededores. Fueron apoyadas por el Convento de María Hilf que enviaba más misioneras. Algunas situaciones de incomprensión se hicieron sentir más tarde, con la interrupción de la comunicación y la ayuda de Suiza.

En 1895, el grupo de Eloy Alfaro toma el poder en Ecuador. A todos los religiosos se les prohíbe evangelizar. El Obispo de Portoviejo, ante de la guerra civil, publicó a los sacerdotes y religiosos que podrían buscar nuevo destino. Madre María Bernarda y las hermanas decidieron partir para  Colombia. Salieron en compañía de otros religiosos y llegaron a Cartagena  el día 02 de agosto de 1895. Encontraron acogida y pasaron a residir en un hospital de mujeres llamado “Obra Pía”.

En Colombia se establecieron las hermanas. Inicialmente, enfrentaron otra guerra civil y pasaron por momentos de dificultad. Mas, a partir de allí, el campo de misión se mostró fecundo y la Congregación creció alcanzando, también, tierras brasileñas y otras.

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