¿Quién es María Bernarda? ¿Qué la caracterizó? ¿Qué huellas dejó en la Iglesia que la reconoció como santa? ¿Cuáles son sus fortalezas, sus virtudes? ¿Que la motivó a vivir, a hacer lo que hizo? ¿Cómo podía decir tanto con expresiones tan profundas y sabias?
Decimos de Santa María Bernarda que fue una misionera audaz, una fiel franciscana. Su lema fue: “Mi vida es el Evangelio” y su afirmación: “Soy y debo ser misionera”. Destacamos su práctica de las obras de misericordia. El Papa el día de su canonización la declaró “misionera de la misericordia”. Ella es la fundadora de Congregación de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora. Salió de Suiza para la misión en Ecuador con seis jóvenes compañeros, y luego tuvo huir a Colombia, donde trabajó, vivió y murió como santa en Cartagena. Fue canonizada por la Iglesia y su fiesta tiene lugar el 19 de mayo.
Sus enseñanzas están en las innumerables cartas y diarios espirituales que escribió, en las actitudes de vida y en el testimonio de quienes la conocieron, en las obras de la Congregación que fundó… Pero es necesario conocer un poco más su espíritu, su interioridad, su experiencia mística y contemplativa, su forma de ser, sus virtudes, para aprender de ella y aplicarlas en nuestra vida, en nuestra realidad.
¿Qué son las virtudes?
Las virtudes son cualidades, fortalezas, atributos positivos de una persona. No sólo actos aislados, sino práctica permanente de buenos hábitos constantes en la conducta, que se convierten en modos de ser, actitudes, armonía entre ser, hablar, hacer, expresión de santidad. No es una santidad por el ir a la iglesia, porque en la iglesia todos parecemos santos. Sino una santidad de cada momento, en las dificultades, en la tribulación, en la enfermedad, en los malentendidos, en la calle, en el mercado, en el trabajo, en la forma de afrontar problemas, no para vivir y morir con luz y paz. El justo – dice el Salmo 1 – será como árbol plantado junto a las corrientes de agua, que en su tiempo dará su fruto, porque la caridad, animando el corazón, lo lleva a la práctica de muchas buenas obras, que son frutos de virtudes. Y es con el dinamismo de las virtudes que cada una persona hace su camino de santidad, cultiva el Reino y glorifica a Dios.
Santa María Bernarda decía claramente: “En primer lugar, debemos cultivar el Reino de Dios en nosotros mediante la práctica de virtudes sólidas” (Carta 2). “Es crítico el tiempo en el que vivimos y la urgencia de la oración y la virtud es mayor que nunca. Sin sólidas virtudes, nuestra vocación y misión ni siquiera tendrían sentido”. Es una llamada clara a un proceso permanente de conversión y santidad.
Mucho se podría decir si entramos en la reflexión teológica sobre las virtudes. Pero ese no es el punto aquí. Recordemos, sin embargo, las virtudes teologales que son tres: Fe, Esperanza y Caridad. Son infundidas porque Dios los da a todos los bautizados, gratuitamente, por puro amor. Y las virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, Templanza, la Fortaleza, son aquellas en torno a los cuales giran las demás (humildad, silencio, perdón, oración, servicio, solidaridad, misericordia, paciencia, piedad, el espíritu de penitencia…) En el proceso de canonización de los santos, sus virtudes son analizadas en detalle por siete teólogos por separado, designados por la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, en el Vaticano. Y el resultado es publicado por la Iglesia. El libro de este análisis hecho sobre la vida de Santa María Bernarda se llama “La heroicidad de las virtudes de Santa María Bernarda”.
Los siete teólogos afirmaron unánimemente que ella vivió las virtudes teologales y cardinales de manera heroica, en un camino constante y progresivo, en ascesis continua hasta lo más alto grado de heroísmo y santidad. Afirmaron que la fe iluminó toda su vida, sosteniéndola a través de muchas tribulaciones y dando sentido a todas sus empresas. Con una fe de verdad heroica como la de Abraham, dejó su patria por tierras de misión, sin recursos, sin saber nada, confiada totalmente a la providencia divina. Por la oración y lo Sacramentos, la fe no era en ella conocimiento teórico, sino que producía una fuerza que penetraba profundamente en su pensar y querer, en su actuar y vivir.
La fe era la luz por la cual contemplaba todos los acontecimientos. Era la medida con la que pesaba todas las cosas. El bastón en el que siempre se apoyó. Fue actuación libre y sin reservas de la gracia de Dios Uno y Trino, escalera por la que subió, peldaño a peldaño y unida a ÉL, y expresó su fe con actitudes de vida y de acción misionera; La esperanza, fuerte como una roca, firme y humilde, la acompañó toda su vida. Ella misma dice que “la esperanza fue la luz y la fuerza que la sostuvo en su misión”. “Como las raíces del roble se adhirió a la roca, así la confianza de María Bernarda en la Divina Misericordia”, dice su primer y fiel biógrafo, el Padre Beda. La caridad era la entrega total de su vida en el amor a sus hermanos y hermanas, en acciones concretas, las obras de misericordia espirituales y corporales. Como Jesús, era una señal del Reino deseado por Dios, ejerciendo la compasión, la fraternidad y el compartir. Nada la detuvo. Su fe, esperanza y confianza en Dios y amor incondicional por Él y en él las personas, especialmente las más necesitadas, eran más fuertes que todas las dificultades e incertidumbres. En sus enseñanzas insiste en la experiencia del amor, de la caridad, misericordia, en la humildad. Resume, en una carta sobre el apostolado, que “el alfa y omega (principio y fin) de toda misión debe ser siempre la santa caridad”.
¿De dónde vienen estas virtudes, actitudes de vida que marcan su ser y hacer?
Brotan de su profunda experiencia de Dios. De la experiencia de Dios de la persona resulta:
- una espiritualidad – manera de orar, de ser, de hacer el bien/virtudes, de relacionarse con Dios, de hablar de él, piedad, humildad, búsqueda del Reino de Dios…
- una manera de vivir – de vivir juntos, de organizarse (en la soledad, en el monasterio, en la fraternidad, en la famili).
- un modo de actuar – la misión que asume (por los pobres, los enfermos, los abandonados, los ancianos, los niños, las mujeres, los huérfanos, la educación escolar, las obras de misericordia).
A esto lo llamamos carisma, que incluye una espiritualidad, una forma de organizarse, una misión específica, un don del Espíritu de Dios a la persona a ser Servicio de iglesia. Si otras personas se reúnen a su alrededor, formando una comunidad, una congregación, un instituto, este carisma se vuelve de todos.
Entonces, de Santa María Bernarda ¿Cuál fue su profunda experiencia de Dios?
La Trinidad y la Encarnación de Jesús. De ahí nacen e irradian cinco elementos básicos:
1. Dios Uno y Trino, en su amor misericordioso por la humanidad, nos da a Jesús. La Encarnación es la máxima solidaridad, la prueba más plena del amor de Dios por nosotros. María Bernarda dijo: “La Encarnación del Verbo eterno de Dios abrió las fuentes de la gracia y la misericordia de la Santísima Trinidad para la humanidad”. Jesús nosotros revela que Dios es nuestro Padre. Padre es el nombre más profundo y revolucionario que se le puede dar a Dios. Somos, con Jesús, una familia de hermanos y hermanas. Vivimos la afiliación con el Padre y la fraternidad con todos los hermanos y hermanas, la dimensión vertical y horizontal de nuestra espiritualidad, de nuestra vida. Dios se encarnó en la historia para hacer brotar la semilla del Reino en todas las realidades. De ahí la confianza incondicional de María Bernarda en la providencia de Dios. Los teólogos decían: “Trabajando, sufriendo y orando, hizo de toda su existencia un canto de amor y de alabanza a la Trinidad”. Se abandonó amorosamente en el Dios Uno y Trino y vivió unida a la Trinidad de mañana a la noche. Insistió: “… Busquemos de mil maneras al Dios misericordioso y disfrutemos de la morada trinitaria en nuestras almas”. Por eso la oración, la contemplación y la constante acción de gracias eran medios indispensables para cimentar sus virtudes, cultivar la gracia, fortalecer el bien. Ella misma dice: “La oración fue mi bastón, mi defensa, mi refugio y mi consuelo”. “El contacto con Cristo nos hace fuertes para cualquier exigencia de nuestra vida diaria”. Por eso insiste en cultivar la interioridad, el tiempo y la calidad de la oración personalmente y en comunidad, del silencio interior y exterior para acoger la gracia divina, vivir en intimidad con Jesús, tener fuerza en el sufrimiento, alimentar la vida filial confiar en Dios y experimentar la sublime presencia del Dios Uno y Trino en uno mismo y en cada persona.
2. El Evangelio. La Palabra de Dios Encarnado fue principio, medio y fin de todo el ser y hacer de Santa María Bernarda. En la alegría de ser franciscana, testificó: “Nuestra Regla y Vida es el santo Evangelio”. “El Evangelio no es solo un libro que leemos y amamos, sino el camino que recorremos, la vida que vivimos”. Talla en su propia vida y de las personas, la vida, palabras y obras de Jesús. De ahí la identificación con Jesús, a través del itinerario trazado en el Evangelio, viviendo en él la vida trinitaria, teniendo sus sentimientos, sus virtudes, su manera de ser, de hablar y de actuar, aprendiendo de él a ser hermana de todos, humilde y misericordiosa, hasta poder decir: “Mi vivir es el Evangelio” (Mi vivir es Cristo). Del Evangelio, de la persona de Jesucristo, se nutre toda verdadera espiritualidad. Vivir el Evangelio es consecuencia y agradecimiento por el misterio de Encarnación: “Os ruego, desde lo más profundo de mi corazón, que levantéis vuestro edificio de virtudes sobre los firmes cimientos del santo Evangelio y del ejemplo de Cristo. Muchas personas vegetan espiritualmente debido a la ausencia de virtudes inspiradas y basadas en el evangelio”.
3. La Eucaristía – Contempla la Encarnación permanente de Jesús. El Cristo de la Eucaristía es el Cristo de la Encarnación, de Belén, del anuncio del Reino, el Cristo presentes en los hermanos/hermanas. De ahí su amor a la Santa Misa, adoración al Santísimo Sacramento, estar a los pies del tabernáculo escuchando al Señor, aprendiendo de él la entrega, el amor, humildad, silencio, perdón, fortaleza en las dificultades, pasión por los pobres y necesitados. La Eucaristía la formó, la cristificó y la comprometió a la entrega de vida en misión. En la Eucaristía se arraiga la profunda pertenencia y el respeto que expresó “a la santa madre Iglesia” y a sus ministros y pastores, por cuyas manos y palabras Jesús renueva su La Encarnación y la Trinidad están presentes.
4. María. La devoción a la Virgen es también fruto de la contemplación del Dios Uno y Trino y de la Encarnación de Jesús. Allí Santa María Bernarda descubrió a María, obra maestra de la Santísima Trinidad: la hija amada de Dios Padre, la madre santísima de Jesús, la esposa purísima del Espíritu Santo. El Todopoderoso que los cielos no contener, se abajó, se encarnó en el seno de María. Ella es la Madre de la Misericordia, manifestación femenina y maternal de la ternura de Dios. Una mujer que ayuda, ayuda, servir, cuidar la vida. Mujer fuerte al pie de la cruz, presencia orante que nutre a la Iglesia naciente, primera y más perfecta discípula-misionera que hizo y sigue haciendo
decir: “Haced lo que Jesús dice”. Por eso enseña a cultivar y difundir una profunda devoción a María, a tenerla como madre y modelo, a aprender de ella a seguir a Jesús, a encarnar sus virtudes, a ser humildes y rebosante de caridad. En cada casa debe haber una imagen de María, para recordar siempre a esta madre y protectora, y la Congregación debe cultivar la huella Mariana: “de María Auxiliadora”.
5. Misericordia. La Trinidad es misión, es comunidad de amor por excelencia. Ella encarna en sí misma un estilo relacional, circular, vital, misionero de amor y compasión. Por eso, la relación inspirada en la Trinidad y la Encarnación de Jesús llevó a la Madre Bernarda a una mirada relacional, encarnada en la realidad, para ser una presencia que humaniza, que dignifica la vida. La llevó a salir de sí misma, a abrirse a la presencia de Dios en el dolor y las necesidades de los demás, a elegir la vida apostólica, a ser donde está Jesús Misionero, hacer como Él, continuar su misión en el mundo. Así, abrió su pequeña y naciente congregación a toda acción evangelizadora, teniendo como eje central el ejercicio de las obras de misericordia y, como horizonte, la gloria del Dios Uno y Trino y la extensión de su Reino. Formó a las Hermanas en la misericordia y las llamó a vivir el amor misericordioso, mostrándoles continuamente cómo cumplir el mandato de Cristo: “Sed misericordiosas como el Padre celestial es misericordioso”. Y ordenó: “Tengan las entrañas de misericordia para comprender y ayudar”. Fomentó la práctica de las obras de misericordia, tanto espirituales como corporales, que nacieron de un corazón lleno de virtudes de bondad, sencillez, humildad y caridad en cada acción, para que todos reconozcan que bueno es Dios.
En resumen: En la familia espiritual de Santa María Bernarda hay hermanas y laicos con la impronta franciscana, misionera y mariana:
- que nace y se nutre del corazón de la Trinidad y Encarnación de Jesús.
- inspirado en el ejemplo de Francisco y Clara de Asís (integra la espiritualidad franciscana).
- centrado en el Evangelio.
- vigorizado en la Eucaristía.
- guiada por María Auxiliadora.
- marcada por el espíritu misionero. Como Jesús, misionero del Padre, que hace la voluntad del Padre, que anuncia y pide la venida del Reino. Como María, la primera discípula misionera; con minoría y fraternidad, viviendo la encarnación como los más pobres entre los más pobres en conocimiento, salud, Dios, para darles sentido a la vida, esperanza, alegría del Evangelio, sanación, con la experiencia y práctica de la misericordia.
Consecuencias…
Detrás de toda esta fuerza de virtudes, Santa María Bernarda indica algunos aspectos para nuestro camino de hoy:
1. Una formación permanente sólida en todo sentido como necesidad y compromiso de conocerse a sí mismo, profundizar la fe, cultivarla en la oración, “permanecer en el amor de Jesús”, discernir la voluntad de Dios y responder a los signos de los tiempos con la misión que tenemos como laicos y religiosos. Nuestra vocación y misión en carisma de Santa María Bernarda implica seguir un camino de configuración con Jesucristo, encarnando el Evangelio en el ser y el hacer cotidiano, en la familia (ej: oración, testimonio), en la fraternidad (asistencia a las reuniones, participación activa en las reuniones y actividades, servicio, liderazgo), en el trabajo, en la iglesia, en
la sociedad, en el mundo, iluminados por el Evangelio que nos lleva a discernir el rostro del Verbo Encarnado en los rostros sufrientes de las personas ya comprometernos con la vida. ALMABER tiene una manera particular de ser como laico dentro de la Familia Carismática con la Congregación y en comunión con la Iglesia y necesita ir consolidando su identidad.
2. La conversión. Una vida virtuosa sólo sucede con una conversión permanente. Conversión de actitudes que están o estuvieron alejadas de la voluntad de Dios porque son vertical y con poca piedad. La conversión del corazón que se hace en la humildad, que atrae la gracia divina y lleva a vivir la mística y la profecía del ser hermanos/as, con escucha, respeto, amor sincero, el mandamiento del amor que Jesús nos dejó. Conversión personal unida a la formación permanente, que conduce a cultivo del vigor espiritual, superando el estancamiento estéril y la fractura entre el Evangelio y la vida. La calidad de lo que hacemos depende de la calidad de las personas que somos.
3. Misión para el Reino de Dios. “Soy y debo ser misionero” se nos dice también hoy a cada uno de nosotros. Porque la Trinidad es misión. Cada misión surge de fuente trinitaria. Jesús, el Misionero del Padre, se encarna, anuncia el Reino y lo envía a continuar su misión en el mundo. “Buscad primeramente el Reino de Dios…” El Reino de Dios es misericordia y debemos ante todo cultivarlo dentro de nosotros mismos a través de sólidas virtudes”. Cómo eran los primeros cristianos identificado por el amor, un laico de ALMABER o una hermana franciscana, debe identificarse por las virtudes y la misericordia que vive y practica. La misericordia es la nuestro ADN en la construcción del Reino de Dios. Una obra de religiosos y/o laicos cristianos que no evangelice, que no promueva el Reino de Dios, no tiene razón de existir. Una Asociación de Misioneros Laicos que no vive la misión desde sus propios espacios familiares y laborales, niega su fe, su razón de ser y está destinado a desaparecer, como fácilmente acabará sumergido y disfrazado en prácticas religiosas, reuniones infructuosas, palabras vacías, un árbol infructuoso, una institución sin sentido y sin atractivo. Somos por lo tanto, convocados por las virtudes de nuestra Fundadora a tatuar el carisma misionero en nuestros corazones y reafirmar nuestra vocación/misión, caminando siempre con vigor renovado.
4. Los más necesitados. La Encarnación lleva a un trabajador del Reino a estar donde las heridas están más abiertas, en la realidad del sufrimiento, de la fragilidad, de la pobreza y el pecado, donde la vida está más amenazada. Por ejemplo: Cuando decimos que Santa María Bernarda es intercesora de las madres embarazadas, es porque ella, en su espíritu misionero y misericordioso, está atento al dolor de los más necesitados. Entre ellos siempre ha habido y hay madres pobres, mujeres, las que son generando en su seno una vida nueva (como el seno de María que dio a luz a Jesús), los ancianos enfermos y desvalidos, las familias con dificultades… Pero lo más las personas necesitadas pueden estar dentro de su propia fraternidad familiar, laical o religiosa, muy cerca de cada uno.
5. Humildad y caridad. “La humildad, virtud celestial, virtud preciosa, guía y vanguardia de todas las demás virtudes, nos hace semejantes a Cristo. ya Nuestra Señora; debe ser deseada y practicada ante Dios y los pueblos, y así el Dios Uno y Trino hará su morada en nosotros”. Las virtudes de la caridad y humildad se nutren y nutren en el amor trinitario y en el Evangelio que dice: “Todo lo que hacéis al más pequeño de mis hermanos, a mí me lo hacéis”. solo con humildad encuentro, convivencia, escucha, diálogo, paz, respeto por uno mismo y por las personas, por el medio ambiente, por la sacralidad de todo lo que existe (que hoy decimos “el cuidado de la casa común”). De hecho, el mensaje de “Paz y Bien” debe brotar con fuerza, de una experiencia fecundada por la virtud de la humildad”.
6. Debemos ser conscientes del compromiso de cooperación mutua en la oración, en la promoción vocacional, en la aportación económica de ALMABER y en el fortalecimiento de la misión, especialmente ahora que la Iglesia nos llama a la sinodalidad, a caminar juntos, siendo signos de la comunión trinitaria y de la fraternidad instituida por Jesús. Individualmente y cada fraternidad verá cómo hacer este camino de compromiso.
Terminar sin terminar…
- María Bernarda fue una misionera audaz. Anticipó con su vida lo que la Iglesia ha asumido ahora, más de un siglo después: “ser discípulos y misioneros de Jesús Cristo, para que en él nuestros pueblos tengan vida”. “Ser una iglesia misionera en salida, a las periferias geográficas y existenciales”. “Ser una iglesia pobre para los pobres”. Dejó todo y, con seis jóvenes compañeros, llegó a tierras lejanas y desconocidas, en medio de una realidad abrumadora, para llevar el amor de Dios y promover a todos, para anunciar el Evangelio Con paso firme, corazón lleno de compasión y mirada fija en el horizonte del Reino, fueron sembradores de esperanza en medio de un pueblo sumido en la ignorancia y la pobreza. Mujeres virtuosas, resilientes, confiaron en Dios, fueron pilares, lucharon como profetas, abrieron amaban a Cristo encarnado en cada persona a la que acogían y servían con misericordia.
- Al declararla santa, la Iglesia dijo con toda propiedad: “María Bernarda fue una espléndida figura de mujer misionera y pionera, anuncio de paz y misericordia, gozosa profecía de esperanza y de ternura, para un mundo que necesita con urgencia la presencia de Cristo y de su Evangelio. María Bernarda es colocada sobre el candelabro para iluminar el camino y enseñar a todos hoy cómo es posible conjugar armónicamente la oración y la acción, lo humano y las virtudes, la vida en Dios y en el servicio a los hermanos y hermanas”.
- El plan de Dios sigue realizándose en el tiempo. Estamos en este plano de amor. Desde el punto donde llegamos en el camino de la fe y las virtudes de nuestra vocación-misión laical o religiosa, sigamos adelante, con la alegría del Evangelio, amados, acompañados y bendecidos por Cristo en todas las situaciones de la vida, agradecidos por ser parte de este carisma y abiertos para que muchas personas, a través de nosotros, puedan encontrar el abrazo, el amor y la misericordia de Dios, la familia de Dios. Así concretamos el sueño de María Bernarda y del Papa Francisco, que nos dice: Cómo deseo que el ¡Los próximos años estarán impregnados de misericordia, para que podamos llegar a cada persona, llevando bondad y ternura según el Corazón de Jesús!
Contribución: adaptado de un encuentro formativo realizado con ALMABER por Hna. Marinês Burin