La vida de Francisco esconde una fuerza, una energía y un llamado novedoso y particular que permite que aun en nuestros días lo sigamos teniéndolo vivo y presente entre nosotros.
Al mencionar el nombre Francisco surge casi inmediatamente una estrecha relación con las palabras POBREZA y FRATERNIDAD; estas palabras son como el sello propio y auténtico con el que se describe todo un carisma.
Antes que nada, Francisco realizó un proceso y recorrió un camino marcado por varias experiencias y encuentros que lo llevaron a optar decididamente por la pobreza y por la fraternidad universal. Una de estas experiencias que marcaron su vida fue el encontrarse en la contemplación con el Dios del pesebre. El Dios encarnado.
Francisco pudo encontrar en el misterio de la Encarnación a un Dios que desde su pobreza, pequeñez y fragilidad lo invitaba a asumir la misma aventura de ser pobre, pues la pobreza en si conduce a un camino de libertad, de unidad y de entrega sin reservas.
Hay que hacerse muy pequeño y tener un alma de niño para poder llamar a todos hermanos y es así como la pobreza nos lleva inevitablemente a vivir la fraternidad, porque quien es pobre logra ver en cada creatura una riqueza y un don que no se mide por los intereses, sino por el amor. Solo los pobres de espíritu logran vivir en la convicción de que Dios es la mayor riqueza, es el todo y sobretodo es un Padre providente que entrega el mismo amor a todas sus creaturas, que a partir de este amor que da gratuitamente, nos conduce a vivir en fraternidad solidaria.
Hoy todavía, para quien busca vivir la mística original de San Francisco, en la contemplación del Dios niño surge de nuevo la invitación de ser menores, de ser los últimos, de ofrecernos sin medida y gratuitamente en el servicio; de seguirnos despojando para descubrir que no tenemos más que nuestra fragilidad para ofrecerla a Dios y dejar que Él, que es el Todo, haga su obra en nosotros.
La celebración de los 800 años de la navidad de Greccio, es una nueva oportunidad para asumir los retos de la pobreza, pequeñez, humildad y fraternidad vivida por San Francisco, para anunciar al mundo materializado de hoy que no hay mayor dicha que ser pobres y por ende libres para amar.
Que esta mística nos renueve por dentro para ser hoy en el mundo una profecía del amor universal.
Por Novicia Vanesa