La Solemne Celebración Eucarística fue presidida por Monseñor Carlos José Ruiseco Vieira, Arzobispo emérito de Cartagena. Estuvieron presentes el Arzobispo de Cartagena, Mons. Francisco Javier Múnera Correa, el Clero y el Seminario Mayor San Carlos Borromeo de la Arquidiócesis; Hna. Marelvi Cecilia Buelvas Mendoza, Animadora General, algunas hermanas de los Gobiernos, General y Regionales de Colombia, las Hermanas del Centro de Espiritualidad y de las Fraternidades de Cartagena.

Iniciamos la celebración, con la Solemne “Apertura de la Puerta del Santuario”, como nos dice el libro del Levítico: “Es una fiesta en honor al Señor, y todo el pueblo se reunirá para adorar solemnemente al Señor. Es una fecha memorable, y debe ser anunciada por medio del sonido de trompetas” (Lev. 23, 23-24).

La Homilía pronunciada por Monseñor Carlos José Ruiseco Vieira, Arzobispo emérito de la Arquidiócesis de Cartagena.

Nuestra Santa y todos los bienaventurados, tienen dos vidas: la de la Tierra – que nos la relatan los biógrafos y la del Cielo, que está en las manos de Dios y es deleite para los ángeles y gracia para los humanos creyentes.

Ahora bien, las dos vidas se apoyan y se proyectan mutuamente. Mientras la santa está atada a las circunstancias del cuerpo, su alma – marcada por la fe y alimentada por la Eucaristía- se recrea en ese cielo al que tiende su amor; y después, -al experimentar la pascua y volar al lugar del cielo preparado por Dios, para ella- esa misma alma sigue conectada a las personas, lugares y eventos de la historia vivida, en la etapa de su vida mortal.

Hoy nos reunimos cabe al santuario donde su cuerpo testifica su vida terrena y prenuncia su vida celeste. Aquí, a su lado y bajo su protección estamos orando y meditando: sus hijas, las religiosas Franciscanas de María Auxiliadora, sus protegidos, los sacerdotes de Cartagena, y sus devotos, familias, individuos e instituciones, los seminaristas de diversas diócesis y los que han sido honrados con favores de la Santa.

Hagamos un paralelismo entre los 76 años de vida terrena de La Madre María Bernarda y los 99 subsiguientes a su muerte. La etapa terrestre se refleja en su vida celestial y, a su vez, esta etapa se configura en la primera.
Enmarcamos su vida terrenal desde el 28 de mayo de 1848, nacimiento de Verena Bütler Müller en Auw, hasta el 19 de mayo de 1924, nacimiento para el cielo de una santa, que calificamos de: profeta, maestra y madre de religiosas y juventudes.

Comienza entonces la vida celestial de María Bernarda del Sagrado Corazón de María, que continúa por noventa y nueve años cumplidos hoy, y con la Providencia Divina, se seguirá celebrando en la Gloria de Dios, por épocas que nosotros apenas alcanzamos a vislumbrar.

La vida de Verena-Bernarda en la Tierra, recorrió varias facetas, todas ellas dirigidas por la sabiduría de Dios.

Fue la niña suiza alegre y cumplidora del deber; la hija y hermana de un hogar cristiano, formado por el padre, la madre, cuatro niñas y cuatro muchachos.

La jovencita a quien la Iglesia orientó por caminos muy específicos, desde las caricias que suele hacer Dios a las almas privilegiadas, hasta los momentos especiales, en que el Espíritu Santo le fue manifestando su doble vocación de oración y de apostolado, en modelos diferentes, vocación a la que la Providencia la destinaba y que se concreta en la bondad, según escribía ella misma: “Yo tenía grande comprensión para todo lo bueno; mi alma se sentía arrebatada al oír, así fuera de paso, una palabra de aliento hacia el bien”. (Beda Mayer, pág. 23)

Después fue la Religiosa observante del presente, pero inquieta del futuro, que no dudó en hacerle caso a Dios que le iba cambiando su proyecto de vida, con sabiduría, sí, pero sin consultarle.

Fue la Misionera, la que escuchó con atención la comisión del Salvador: “Vayan por todo el mundo, hagan discípulos en todas las naciones, enséñenles lo que yo les he enseñado, bautícenlos y estén seguros de que yo estaré con ustedes todos los días” (Mt. 28, 19.20).

Fue la Fundadora, que supo trabajar en equipo y llegó a Ecuador, con las primeras cohermanas para después arraigar en nuestra Cartagena y, de aquí, a otros países.

Fue la Santa que la Iglesia supo inscribir en el catálogo de los que escucharon y cumplieron la voz de Dios, la llamada a la perfección personal y al servicio del prójimo.

Cuando se habla de personas célebres, se suele decir: Exhaló el último suspiro; pero cuando se trata de santos, usamos la palabra que el evangelio nos trae con respecto al Señor Jesucristo: “Entregó su espíritu en manos de Dios”.

Ese momento que vivieron con dolor y también con admiración las Hermanas, los fieles de Cartagena y el Arzobispo con sus Sacerdotes, fue consignado por escrito por el biógrafo, Sacerdote Capuchino Fray Beda Mayer. Escuchemos:

“Llamaron al Padre Efrén Bernheim, su confesor, conforme lo había deseado, él mismo. Se presentó a la una de la madrugada; hasta entonces, la Madre Bernarda había permanecido con los ojos bajos, como sin sentido, pero al entrar el confesor, abrió los ojos enseguida, pues sentía su presencia. El Padre le dio nuevamente la absolución sacerdotal, y mientras una de las Hermanas le sostenía la vela encendida, en las manos frías, comenzó la recomendación del alma. Hizo con la Madre actos de fe, esperanza y caridad, y rezó el Credo. Alrededor del lecho de la moribunda se habían reunido tosas las Hermanas, acompañándola con sus oraciones y derramando abundantes lágrimas.
El sacerdote le volvió a dar rápidamente la absolución y la bendición. Esto era lo que esperaba; respiró unas cuantas veces levemente, dio un suave suspiro y el corazón fuerte de la Madre Bernarda terminó de sufrir. Su alma compareció ante Aquel a quien únicamente había amado y deseado. Era el 19 de mayo de 1924, a las cinco de la mañana, precisamente a la hora en que durante tantos años había recibido la sagrada comunión. Para completar 76 años de su vida, le faltaban seis días. De estos años había vivido la Madre Bernarda 56 en la Orden Seráfica y de ellos 38 en las Misiones”.

Con la ascensión de su alma al cielo, comenzó para ella, la triple tarea que corresponde a todos los santos: dar gloria a Dios Creador y Redentor; ser modelo asequible para los mortales e interceder ante Dios por los necesitados de protección divina, a los que llamamos devotos.

Podemos considerar estos cien años, agrupados en tres períodos, correspondientes a tres épocas que la Iglesia, junto con el Mundo, han experimentado; cada una corresponde aproximadamente a 33 años, la edad de Cristo. En todos estos tres períodos, la proyección de Santa María Bernarda sobre nuestra tierra, se ha manifestado de manera especial, en la vida y ministerio de los Sacerdotes que la han invocado y que han recibido su protección. Se cumple así lo que ella misma escribió: “Por medio del Sacerdote el mundo ha de ser renovado y salvado; y esto en unión de las almas víctimas que el Corazón de Jesús escoge para ese fin”.

De nuestra santa sabemos que fue una “Alma Víctima”; ella no aprendió doctrinas en la universidad, sino que, al estilo de Juan Evangelista, se entregó como víctima al Corazón del Salvador y recibió de él, un doble don: “Poner por escrito lo que Él le inspiraba y aplicar su condición de víctima, en intercesión por la vida y el Ministerio Sacerdotal”.

Consideremos la primera, de las tres fases, entre los años 1924 y 1957 que comprende la Segunda Guerra Mundial, con todas las circunstancias de carencias e inquietudes; las religiosas y los religiosos extranjeros sufrieron en carne propia, las dificultades que les infringían las potencias que creían ser dueñas del mundo. La Arquidiócesis estaba pastoreada por los arzobispos Pedro Adán Brioschi y José Ignacio López Umaña, varones sacrificados que recorrían su dispersa feligresía a lomo de mula o remo de canoa. Más tarde, se multiplicaron las sedes episcopales, habiéndose organizado las de: San Andrés, el San Jorge y Barranquilla.
Los sacerdotes ordenados en esa época, eran formados en el Seminario de San Carlos Borromeo, restaurado por el santo obispo Eugenio Biffi. Yo les pongo de tarea a los seminaristas de Sincelejo y Montería, ir a conocer a las estatuas del P. Berzal en Lorica o del P. Percy en Coroza -Qué ejemplo nos dan esos pastores de los tiempos sin electricidad, y, por supuesto, sin los medios electrónicos de hoy. Y la Madre Bernarda desde el cielo, se esmeraba en proteger a sus hijos Sacerdotes que ella misma había conocido y cuidaban espiritualmente de sus hijas, las Religiosas Franciscanas.

En esos años, el Señor propició dos acontecimientos: la introducción y progreso inicial de la Causa de Canónización desde 1935 y el doble traslado de las veneradas reliquias de la Sierva de Dios María Bernarda, primero del cementerio a la Obra Pía (1926), y luego en solemne procesión, de allí hasta el lugar donde nosotros nos encontramos (1956).

Una segunda etapa, más cercana a nosotros es la de los años 50 a 90. Comprende la época bendecida del Concilio Ecuménico Vaticano Segundo y el tiempo de su consiguiente hijo ilegitimo el Postconcilio.

Cuánto ganó la Iglesia en esos años, ¡cuántas cosas se innovaron, ¡cómo nos hicimos discípulos del Papa Bueno, Juan XXIII! Pero también, cómo sufrió la Iglesia toda ella (la jerarquía, los pastores y las ovejas) ante los errores de interpretación, la deserción de muchos presbíteros que, desorientados, se interrogaban: Yo para qué me ordené…

Me pregunto: ¿cómo hizo la Santa Bernarda para frenar caprichos y para atraer a los buenos? Fue entonces cuando comprendimos y nos dimos cuenta de que, fidelidad sacerdotal significaba, fe práctica en la Eucaristía y devoción confiada y filial a la Madre de Dios. Así, por gracia de Dios se ha curado el malestar del Postconcilio.

De contraparte, Dios bendijo nuestra Iglesia con acontecimientos que positivamente perduran: En 1959 el Papa Juan XXIII aprueba los escritos de la Sierva de Dios y en 1974 el Papa Pablo VI autoriza formalizar la Causa de Canonización.

La Iglesia en nuestras diócesis progresaba. En ellas, la pastoral vocacional se incrementaba. En 1965 se creó el Seminario Regional Juan XXIII y se pusieron las bases de nuestro querido Seminario Provincial San Carlos Borromeo, orgullo de los innumerables sacerdotes egresados y hogar bendito de los seminaristas de las seis diócesis, de este lado del Caribe. Muchos sacerdotes realizaron estudios de especialización y ellos levantaron templos e instituciones de grandes frutos para la Iglesia. Entre tanto la Madre María Bernarda se solazaba en estos hijos consagrados a Dios en el sacerdocio, para servicio del pueblo.

El tercer periodo de la vida de Santa Bernarda en el cielo, lo estamos culminando nosotros, al celebrar el Centenario con el “Año Jubilar”. Le decimos a Dios: Gracias por haber sido tan generoso con nosotros. Gracias por habernos dado esta Madre que nos enseña y nos protege. Gracias por otorgarnos, en sacramento de fraternidad, a estas Religiosas Franciscanas que, como repetía yo en tiempo pasados, “Están cosidas a la historia de la Iglesia de Cartagena“. Son nuestras hermanas y por eso, nosotros vivimos el sacerdocio confiados en que, el ideal de la vida religiosa y la consagración episcopal, son paralelos ofertorios de vidas que Dios acoge en sacrificio de olor de santidad.

Este último período, del año 1990 al actual, se adornó con las dos fechas por años anheladas: la Beatificación (29 de octubre de 1995) y la Canonización (12 de octubre de 2008).

No hay otra Diócesis en Colombia, que conserve los cuerpos de dos santos canonizados, y no hay jurisdicción que se acoja al patrocinio de una santa, que todavía vive entre nosotros pues recorrió las calles de la ciudad y evangelizó la población juvenil, de quienes llegan a celebrar su centenario.

Y para colmo de gratitud a Dios, el Señor Arzobispo Francisco Javier Múnera Correa, ha obtenido de la Santa Sede el privilegio de un “Año Jubilar” que se inicia hoy para purificar las conciencias de los fieles creyentes que acudirán a la Madre Iglesia, en este Santuario de Santa María Bernarda, y recibirán las más especiales bendiciones que la Misericordia Divina puede otorgar.

Permítanme concluir con un párrafo de mi intervención en este mismo lugar, el día en qué nos gozamos con la Beatificación de nuestra santa, constituida Patrona de los presbíteros de Cartagena y su Provincia.

Madre Bernarda, Madre de los Sacerdotes, que demostraste tu afecto evangélico por los “Ungidos del Señor” y prometiste pasarías tu cielo orando por los sacerdotes hasta el final de los tiempos, mira de manera especial a los sacerdotes de la Arquidiócesis que se te consagran y te eligen como Patrona y Protectora ante Dios; son tus hijos predilectos;los presbíteros ancianos y enfermos que ya entregaron a Dios lo mejor de su vida.los recién ordenados, que, con ardor juvenil, quieren servir incondicionalmente y en forma ingeniosa a Dios y a la Iglesia;los que sufren por las incomprensiones y dificultades del camino ministerial;los que son asaltados por dudas y tentaciones:y los que quieren ser fieles a sus compromisos de perfección personal y de servicio al pueblo del Señor. Protégelos a todos y comunícale a cada uno, la palabra oportuna que Dios te sugiera.

Gracias sean dadas a Dios todopoderoso que, mediante su Iglesia, ha permitido este gran gozo a nuestra ciudad y diócesis. Que la Iglesia Particular de Cartagena y la Congregación de Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora, formemos un único y unido corazón, que constituya el objeto de amor de nuestra común Madre, Santa María Bernarda Bütler del Sagrado Corazón de María.

Pasemos ahora hermanos, a lo que vinimos: a ofrecer al Padre Dios, el Sacrificio Eucarístico de su hijo Jesucristo, que nos redime y nos santifica.

Que así sea. Concluyó Monseñor.

Bibliografía: Una Alma Víctima – P. Mayer Beda ofmcap.

Después de la Solemne Celebración Eucarística en el Santuario, todos los participantes: Sacerdotes, Seminaristas, Hermanas, Postulantes y amigos, se dirigieron a la Casa de Encuentros “Madre Bernarda”, para el momento festivo del compartir.