A finales de julio de 1216, Francisco, en compañía del hermano Maseo, se dirigió a Perusa a visitar al recién electo Pontífice el Papa Honorio, y para pedirle el perdón y la indulgencia plenaria en favor de los pecadores contritos que visitasen la iglesita de la Porciúncula.

El Papa otorgó oralmente el “perdón” o Jubileo. Y el día 2 de agosto de ese año de 1216, en Santa María de los Ángeles, Francisco dio la gran noticia a las personas reunidas. Este hecho dio origen a la “Indulgencia de la Porciúncula” o “Perdón de Asís” que los Papas otorgaron a la Orden y que puede ofrecerse en todas las Iglesias franciscanas el día 2 de agosto, hasta el día de hoy.

Para nosotros, franciscanas y franciscanos, la Porciúncula es muy entrañable. Allí fue el encuentro de Francisco con el Evangelio, fue una de las tres iglesias que Francisco restauró, y después de Rivotorto, fue el primer lugar donde vivieron Francisco y sus hermanos.

La Porciúncula, hoy, es cuna de la Orden Franciscana y nos recuerda los inicios, la fraternidad primitiva: La vida de penitencia, oración, fraternidad, pobreza, trabajo, servicio a los demás…La Porciúncula es “el santuario de la misión”. a sus hermanos a predicar y aquí regresaban para fortalecerse en el encuentro fraterno y la oración.

La Porciúncula es también el santuario del perdón. El interés de Francisco por obtener la “indulgencia” para todos los que llegaran a la capilla, es un signo claro de su amor por los pecadores y de su capacidad de perdonar.

Francisco, varón plenamente apostólico, movido por su amor al hombre, no descansó hasta que el Papa Honorio le otorgó el Perdón de Asís o la Indulgencia de la Porciúncula. El amor de Dios no tiene fronteras, sus brazos abarcan el mundo entero, el hombre pecador puede recibir siempre su perdón. Actualicemos nosotras este amor misericordioso de Dios, que Francisco siempre lo une a su misión de paz, a través de esta celebración.

Del Diploma de Teobaldo, Obispo de Asís.

El bienaventurado Francisco, levantándose de madrugada, llamó al hermano Maseo y le contó la visión que había tenido. Después fueron ambos al Sumo Pontífice.

Francisco dijo: “Santísimo Padre, habiendo yo reparado una iglesita en honor de la Bienaventurada Virgen María, en la llanura de Asís, suplico a vuestra Santidad se digne por el amor de Dios concederme la Indulgencia Plenaria”.
Oyendo esto, el Papa respondió: “No puedo conceder esto. No obstante, conviene que quien pide la Indulgencia se haga merecedor de ella. Dime Francisco: “¿para cuantos años quieres la Indulgencia?”.

Respondió el siervo de Dios: “Beatísimo Padre, plazca a vuestra Santidad darme no años sino almas”. Respondiendo el Papa que no comprendía su petición. Francisco le dijo: “Yo quiero, si le place a vuestra Santidad, que cualquier persona que vaya a aquella iglesita, confesado y contrito, sea absuelto de todos sus pecados, de la culpa y de la pena, en el cielo y en la tierra, desde el día de su bautismo hasta el momento en que entre en dicha iglesita”.
Entonces dijo el Santo Padre: “Cosa grande es esta que pides, Francisco, y no es costumbre de la corte romana conceder tal indulgencia”. A lo que respondió el bienaventurado Francisco: “Esto que yo pido no lo pido por mi mismo sino por aquel que me lo ha ordenado, es decir, nuestro Señor Jesucristo”.
Entonces el Papa, inspirado por Dios, respondió con presteza: “Con agrado os concedo la Indulgencia Plenaria que solicitáis”.


V. En alabanza de Cristo y de su siervo Francisco. R. Amén