Le dijo un anciano indigena a su nieto, que vino a él enojado con un amigo que le había cometido una injusticia:
– “Dejame contarte una historia. Yo mismo, a veces, sentí un gran odio hacia quienes me hicieron tanto daño, sin arrepentirme de las consecuencias de sus actos”. Sin embargo, el odio te corroe, pero no daña a tu enemigo. Es lo mismo que tomar veneno y desear que tu enemigo muera. Luché con estos sentimientos muchas veces”.
Y continuó:- “Es como si hubiera dos lobos dentro de mí. Uno de ellos es bueno y no duele. Vive en armonía con todos los que lo rodean y no se ofende cuando no tenía la intención de ofender. Sólo luchará cuando sea correcto hacerlo, de la manera correcta.
Pero, el otro lobo, ¡ah!, éste está lleno de rabia. ¡Incluso las cosas más pequeñas le provocan un ataque de ira! Se pelea con todos, todo el tiempo, sin motivo alguno. No puede pensar porque su ira y su odio son demasiado grandes. ¡Es una ira inútil, porque tu ira no cambiará nada! A veces es difícil vivir con estos dos lobos dentro de mí, ya que ambos intentan dominar mi espíritu”.
El niño miró intensamente a los ojos de su abuelo y preguntó: – “¿Quién gana, abuelo?” El anciano sonrió y respondió suavemente: – “El que más a menudo alimento dentro de mí”.