Un águila aconsejó a una mujer sobre la mejor manera de criar a sus hijos.
– ¿Estás bien, madre humana? —preguntó el águila.
La mujer, sorprendida, la miró.
– Tengo miedo, mi bebé está a punto de nacer y tengo muchas dudas. Quiero darle lo mejor, quiero que su vida sea fácil y bonita pero ¿cómo sabré si lo estoy criando bien?
El águila observó a la mujer y aterrizó cerca de ella.
– Criar a un hijo no es fácil. No es cuestión de que todo sea cómodo. De hecho, es lo contrario. Cuando mis polluelos nacen, el nido se llena de plumas y hierba suave, tienen un lugar donde pueden descansar, donde se sienten seguros. Pero cuando llega el momento en que necesitan aprender a cuidarse, les quito todo eso. Solo dejo las espinas.
La mujer frunció el ceño confundida.
– ¿Espinas? ¿Por qué hacerlo tan difícil?
El águila la miró seriamente.
– Porque las espinas son molestas. Y esta incomodidad es necesaria. No se quedan sentados allí simplemente esperando que les sirvan todo. Las espinas nos obligan a buscar un lugar mejor, a crecer. La comodidad no les enseña nada.
La mujer pensó en las palabras del águila, pero aún tenía dudas.
– ¿Y qué haces cuando caen? —preguntó ella intrigada.
El águila respondió.
– Los lanzo al aire. Al principio caen porque el viento los golpea, pero yo los salvo. Los recojo con mis garras y los vuelvo a lanzar. Una y otra vez, hasta que aprenden a volar por sí solos. ¿Sabes qué hago a continuación? Los dejaré ir. Ya no les ayudo más.
La mujer la miró con los ojos abiertos y sin comprender del todo.
– No sufro dependencia – continuó el águila. Mis hijos necesitan aprender a volar, necesitan aprender a ser fuertes por sí mismos. La vida no se trata de mantenerlos en un nido suave y seguro todo el tiempo. Si los cuido demasiado, si los mantengo en mi nido para siempre, no les enseñaré nada. Tienen que encontrar su camino y sé que lo encontrarán.
La mujer, mirando al águila, respiró profundamente.
– ¿Entonces debo dejar que mi hijo sufra un poco? – dijo la mujer un poco asustada.
El águila movió la cabeza.
– No es sufrimiento. Esta aprendiendo Y aunque te duela, madre humana, lo mejor que puedes hacer es enseñarle a ser fuerte. No te contengas, no te mimes todo el tiempo. Hazlo volar.
La mujer saludó, se acarició el vientre, miró al águila durante un largo instante y luego, sonriendo, se despidió del ave.
– Gracias, Madre Águila – susurró mientras se alejaba. Tu consejo es muy valioso
La mujer siguió su camino, dispuesta a ser la madre que su hijo necesitaba: firme, valiente, una madre que le enseñara a volar.
Si quieres que tu hijo vuele alto… No hagas todo por él. No lo mantengas en un nido de confort. Las águilas empujan a sus crías fuera del nido, dejándolas enfrentarse a las espinas, porque saben que sólo así aprenderán a volar.
No tengas miedo de verlos caer. Tú, como el águila, estarás allí para levantarlos, pero no los mantengas bajo tus alas para siempre. Déjenlos enfrentar el viento. Déjenles aprender a ser fuertes.
El amor verdadero no se trata de protegerlos de todo, se trata de enseñarles a volar, incluso si eso significa dejarlos caer. Déjenles encontrar su camino, incluso si tropiezan en el proceso.