Clara de Asís nació el 16 de julio de 1194. Su nombre de bautismo fue Chiara d’Offeducci. Era de noble cuna dotada de una gran belleza. Sin embargo, desde muy joven manifestó una sensibilidad hacia los pobres y sus necesidades. A los dieciocho años se fue de casa y se aventuró en el seguimiento radical de Jesucristo, inspirado en su compatriota Francisco de Asís. fundado la Orden de las “Pobres Damas” conocidas hoy como las Clarisas. Murió el 11 de agosto de 1255, a los 59 años.

La Hermana Clara de Asís, fue la primera mujer que vivió la aventura franciscana. En la ermita de San Damián estrenó una forma de vida nueva, con las hermanas que Dios le dio. La Forma de Vida de la orden de las Hermanas Pobres, instituida por el bienaventurado Francisco, es esta: “Vivir el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo viviendo en obediencia, sin propio y en castidad” (RCl 1,1-2). Por lo tanto, eran las Hermanas Menores, las llamadas a edificar la Iglesia, con el testimonio luminoso de su vida santa.

Clara convencida, al igual que sus hijas, de que Dios las había llamado para que con su vida totalmente coherente con el evangelio fueran ejemplo y espejo, no sólo para los demás, sino también para las mismas hermanas, a las que llamó el Señor a la vocación, expresa: “ Porque el mismo Señor nos ha puesto como modelo que sirva de ejemplo y espejo no sólo a los otros, sino también a nuestras hermanas, a las que llamará el Señor a nuestra vocación, para que también ellas sirvan de espejo y ejemplo a los que viven en el mundo. Así pues, ya que el Señor nos ha llamado a cosas tan grandes, que puedan mirarse en nosotras las que son para los otros ejemplo y espejo, estamos obligadas a bendecir y alabar a Dios, y a fortalecernos más y más en el Señor y obrar el bien” (cf. TestCl 19-22).

CINCO CLAVES CLARIANAS PARA REPARAR LA IGLESIA (San Juan Pablo II)

1. COMPRENDER, CULTIVAR Y SEGUIR EL VALOR DE LA PROPIA VOCACIÓN, resistiendo –como hizo Clara- los riesgos, las dificultades e incomprensiones que el seguimiento de la vocación- pueda acarrearnos.

2. MIENTRAS LA CRISIS VOCACIONAL GOLPEA COMO HACE SIGLOS A NUESTRAS IGLESIAS ¿No creen, hermanas, que el descubrimiento y la fidelidad a la propia vocación es una de nuestras asignaturas pendientes?, ¿la valentía para asumir sus retos y sus rechazos es el camino para salir de la pertinaz sequía vocacional? Clara no lo tuvo fácil. Sin embargo, Clara lo tuvo claro y luchó por ello contra viento y marea.

3. LA FORMACIÓN: Clara de Asís había recibido una espléndida y sólida formación cristiana acorde al momento. Ahora la realidad actual, nos exige a nosotras una permanente y sólida formación. Bendita sea la fe del carbonero. Pero hoy necesitamos, mucho más. Nuestro mundo nos demanda constantemente, hasta de modo agresivo, saber dar razones de nuestra fe y nuestra esperanza.

4. LA ESCUCHA DE LA PALABRA DE DIOS Y LA LITURGIA DE LA IGLESIA: son los manantiales donde se nutren y se abreva nuestra fe. Tres escenas de la Palabra de Dios marcaron la vida de Clara: la Anunciación, la Natividad y la Crucifixión. Las tres fueron las cátedras permanentes, siempre abiertas y fecundas de su vida. A ellas volvía en la oración, en la meditación de la Palabra de Dios y en la participación de la Liturgia de la Iglesia. No podremos, reparar la Iglesia, no podremos construir un mundo mejor, sin la Palabra de Dios y sin la Liturgia de la Iglesia. Ambas, si nos confrontamos con ellas con honradez, con humildad, con coraje, nos mostrarán que las divisiones, las incoherencias, las infidelidades al Evangelio amenazan seriamente a la Iglesia y a nuestras vidas cristianas. La opción de Clara de Asís fue la vida contemplativa, que no la alejó ni la apartó del llanto del hermano, de sus esperanzas y fatigas. Desde su vida contemplativa, Clara completó el carisma franciscano.

5. LA EUCARISTÍA – EL CRISTO TOTAL: el Cristo de la Encarnación, el Cristo de los caminos de Galilea, el de los milagros y de la predicación del Reino, el Cristo de la cruz y de la gloria, el Cristo en los hermanos, el Cristo que llama a la paz, a la alegría, a la fraternidad, a la misión; el Cristo pobre, casto, obediente y humilde, el Cristo por ello glorificado ya para siempre, la fuente y el culmen de su vida. Y hoy, para enfrentar de los peligros que acechan a nuestra Iglesia y, por ende, a nosotras mismas, los cristianos de esta hora debemos ser cristianos de Eucaristía. Una Eucaristía que nos modele, que nos cristifique, nos haga más hermanas y nos comprometa más a la misión, que tanto urge y tanto llama a las puertas de nuestra Iglesia.