Agosto 30 de 1915

¡Ave María!
En Jesús amadas hijas:

En esta vida presente jamás apreciaremos lo suficiente nuestra vocación. Su valor, tan sólo se nos revelará en toda su grandeza, en presencia de Cristo, Sumo Juez.

Consideren, hermanas, que la vocación es un “carisma muy libre”, nacido de la predilección de Dios. Su función consiste en trasladarnos de nuestra indigencia al puerto de salvación. ¡Ojalá les fuera dado conocer la profundidad y el alcance de este don! Por cierto, no dejaríamos de prorrumpir en un himno de gratitud que se prolongaría por toda la eternidad.

Recuerden, amadas hijas, que ya desde ahora conviene comenzar este cántico de loor; no exige pulidos versos, exige un poco de esfuerzo y es manifestación de un sincero amor. ¡Penétrense pues, de la total gratuidad de este don y agradézcanlo de todo corazón!

Agradézcanlo, y dispónganse a sufrir cualquier prueba para asegurar la gracia de su vocación.
Hermanas junioras, no se quejen si les prolongan la espera de su consagración definitiva en la Profesión Religiosa. Esta demora puede servir para promoverlas en la humildad y hará manifestar aún mejor su aprecio por la vocación.

¡Prosigan, amadas hijas, y cultiven este inapreciable don! Sean agradecidas y den pruebas de su gratitud por medio de la oración perseverante y una auténtica vivencia religiosa. Esto espera de ustedes Cristo y quienes velan por el bien de la Congregación.

¡Adiós! Por la Madre de Dios, las saluda su madre,

María Bernarda del Sagrado Corazón de María.

Cartas de Espiritualidad #1