Cartagena, mayo 18 de 1913
¡Ave María!
En Jesús amadas hijas:
Hoy quiero señalarles un mal frecuente en las pequeñas fraternidades. Hay allí a menudo hermanas jóvenes en edad y profesión, que se atribuyen privilegios o bien se imponen por su autosuficiencia. Esto impresiona mal y altera el orden debido. Realmente, las religiosas jóvenes, de acuerdo con su condición, deberían destacarse por su humildad, docilidad, obediencia y sumisión. Llevan muy frescos los recuerdos de su reciente formación y deberían estar aún empapadas del primer fervor.
Pero, ¿qué decir de la responsabilidad de las hermanas mayores? Estas deberían iniciar y fortificar las plantitas llegadas del invernadero del noviciado. ¿Qué efecto contraproducente no causará una hermana mayor que se yergue irreverente ante la autoridad, defiende sus derechos imaginados, simula en la obediencia y falta en la caridad? Tal conducta no pasa inadvertida para nuestra juventud religiosa.
Exhorto a las responsables a que vigilen y orienten sin cansarse. Hagan ver a estas hermanas su grave responsabilidad y las consecuencias para su propia vida y la marcha de la comunidad. Si se toleran algún tiempo estos procederes, dentro de tres a cuatro años se hará imposible una vida religiosa auténtica. Se conculcarán las exigencias del evangelio y de la caridad y se notará un malestar general. Todo esto es una manifestación clara de almas inmaduras, que llegaron a imponer su mentalidad y su voluntad egocentristas. Consideren las hermanas mayores que su privilegio y su ascendiente como religiosas veteranas, radica ante todo en el grado de virtud y en su ejemplo edificante. Formen y fortifiquen a las jóvenes con su testimonio personal. Las hermanas jóvenes tienen buenos ojos y mucha voluntad para comprender e imitar los ejemplos puestos a su alcance.
Hermanas, les ruego que reciban bien estas exhortaciones y, ¡sean dóciles! Dios premiará sus esfuerzos con abundantes gracias y la congregación tendrá en ustedes columnas que sostienen el buen espíritu en estos tiempos de tanta vacilación.
¡Adiós! las saluda por el dulce Corazón de María, su madre,
María Bernarda del Sagrado Corazón de María
(Cartas de Espiritualidad no 1)