Noviembre, 30 de 1914

¡Ave María!

En Jesús amadas hijas:

La humildad debe ser el fruto por antonomasia de nuestra revisión de vida. ¿Conocen el valor de esta virtud? Es una perla preciosa ante los ojos de Dios, y en su resplandor atrae irresistiblemente las demás virtudes. Hoy quisiera señalarles algunos puntos prácticos para sus horas de reflexión:

– Consideren con calma y con humildad su condición de pecadoras.
– Desciendan sin miedo hasta el abismo de su “yo”, por medio de una sincera auto introspección. Las religiosas que descuidan este ejercicio, se expondrán a una ceguera espiritual mayor o menor, respecto a su propia conciencia. En consecuencia, es fácil que ignoren lo que es en esencia la verdadera humildad.
– Y luego, ¡vigilen! Puede suceder que el tema humildad haya sido el tópico de su contemplación matutina y, no obstante, la primera demostración de respeto o adulación las arrastra a una posición contraria.

Ay, ¡qué sutil y pertinaz es nuestro egocentrismo! ¡Alerta, hijas mías! Coloquemos un momento ante nuestro espíritu el ejemplo de Cristo.

– Qué vergonzoso contraste juega nuestra conducta frente a la de Cristo. Su vida es una sola cadena de humillaciones, desprecios, burlas, injusticias libremente asumida por causa nuestra. Justo es que pongamos nuestros pies en las huellas de nuestro Redentor.
– Como Cristo, procuremos ser mansas y humildes de corazón (2). Como un mercader avaro, vendamos también nosotras todo cuanto tengamos, para adquirir esta preciosa perla de la humildad.

Oremos las unas por las otras y recen por mí, para poder aumentar este valioso tesoro de la humildad.

¡Adiós! Las saluda por María, la madre de Dios, su madre, María Bernarda del Sagrado Corazón de María.

Cartas de Espiritualidad #1