¡Ave María!
En Jesús amadas hermanas:
Pasó de nuevo la fiesta del Espíritu Santo, el dulce Huésped de nuestras almas. Estemos atentas a su presencia y no lo despreciemos con nuestra indiferencia y nuestra frialdad.
“¡Cuán grande es el deseo del Espíritu Santo de repetir el milagro del primer Pentecostés hoy y siempre!”. Como a los Apóstoles, así también quiere transformarnos a nosotras en imágenes del Redentor. Más, esta obra exige nuestra colaboración; reclama un esfuerzo constante; exige la continua elevación de mente y corazón; obliga a una dinámica purificación de todos nuestros sentidos y de todo lo caduco.
Por el bautismo nos fue concedida por adopción la Divina Filiación. Esta incluye la continua irrupción del Espíritu de Amor y un perenne Pentecostés de gracias. Bajo el influjo del Espíritu y guiadas por su luz, reconoceremos ya nuestros defectos, ya el camino hacia la virtud. Aquí nos amonesta y nos anima más allá. Ahora nos señala nuevos rumbos y luego nos brinda las armas para luchar.
Pero el Don por antonomasia del Espíritu Santo es la santa caridad. Es fuego que quema e ilumina, huracán que purifica y arrastra, y es septiforme don al servicio del alma en gracia.
Hermanas, ¡vivan siquiera un solo día atentas a sus divinas llamadas! Estas se suceden sin cesar: amonesta, pide, exige y da. Si quieren estar en paz, deben prestarle atenta escucha y deben dar generosamente sus respuestas. El Espíritu Santificador ¡jamás interrumpe su obra, jamás dice basta!
Por tanto, préstenle su voluntad y aparten los obstáculos a su divina operación. Examínense con frecuencia sobre este particular; motívense bien y tomen en serio su compromiso personal.
Finalmente, reciban mi ¡adiós! y cordiales saludos. Su Hermana,
María Bernarda del Sagrado Corazón de María.
(Cartas de Espiritualidade #1)