Obra Pía, junio 26 de 1916
¡Ave María!
En Jesús amadas hijas:
Dios ama y bendice colmadamente cualquier comunidad que reza unida y hace su oración digna, atenta y devotamente… “Manifestaré mi santo nombre en medio de mi pueblo Israel, no dejaré que vuelva a ser profanado mi santo nombre, y las naciones sabrán que yo soy Yahvé, el santo de Israel” (2).
Amadas hijas, no las quiero asustar o llenar de tristeza con estas palabras del Espíritu Santo. La experiencia nos enseña que la tentación nos sigue por doquier y también se nos enfrenta en el coro. Incidentes nimios provocan a risa. Nos presentamos a la oración sin preparación remota ni próxima, lo cual se refleja en nuestra actuación durante el rezo.
Vigilen las encargadas con celo santo porque la oración comunitaria se haga con fervor. Haya puntualidad y dignidad en su realización.
Si a pesar de sinceros esfuerzos de quienes dirigen la oración de la fraternidad, ciertas hermanas niegan su cooperación, sepan que alejan las bendiciones de arriba destinadas a la familia religiosa.
Nos hemos congregado para conjuntamente servir a Dios y cantar sus alabanzas; por tanto, recordemos que somos Iglesia orante, destinada a presentar al Esposo Divino la acción de gracias y la impetración en nombre de toda la humanidad. Si olvidamos esta función, sería preciso apelar a otras almas que expíen y oren en nuestro lugar.
No se me oculta la seriedad de esta amonestación. Contrólense hermanas, y mejoren lo que hay que mejorar. Piensen las consecuencias de una oración comunitaria sin fervor. Aplíquense este viejo aforismo: “¡Lo que haces, hazlo bien y alabarás a Dios!” Pídanle a los coros celestiales les comuniquen un poco de su fervor y las acompañen durante la oración comunitaria.
¡Adiós! Las saluda por la Madre de Dios, su madre,
María Bernarda del Sagrado Corazón de María.
Cartas de Espiritualidad #1