Cartagena, febrero 22 de 1913
¡Ave María!
En Jesús amadas hijas:
Aprópiense el espíritu de nuestra Madre la Iglesia. Como hijas fieles hagan propias sus alegrías y sus penas. Trabajen con interés e incansablemente por la extensión y el mejoramiento del Reino de Cristo.
Lástima tener que observar cómo hay almas consagradas que desconocen sus obligaciones de hijas de la Iglesia, y en vez de promover a ésta, cultivan más bien su egocentrismo. ¡No suceda así entre ustedes! Les suplico que se hagan con frecuencia estas preguntas:
- ¿Trabajo yo conscientemente y con interés en la extensión del Reino de Cristo?
- ¿Puedo afirmar de buena fe, que busco ante todo la gloria de Dios?
- ¿Aplico yo generosamente mis humillaciones y sacrificios para salvar almas que están en peligro de perderse? ¿Comprendo de verdad que el reino de Dios sufre violencia y que sólo almas heroicas pueden ganarlo y propagarlo?
Preguntas de esta clase deberían inquietar a una buena hija de la Iglesia. Pero, ante todo, es necesario cultivar el reino de Dios dentro de nosotras mismas, mediante la práctica de sólidas virtudes. Sobre nosotras pesa la obligación de comunicar el Misterio Pascual dado para la redención del mundo, pero esto nos será imposible, si no lo hacemos primero una vivencia personal. Para esto nos ayudará la devota contemplación de este augusto misterio. Su recuerdo nos moverá a un sincero arrepentimiento y nos hará fuertes para producir las virtudes de nuestro estado. Además, nos capacitará para la adquisición de una humildad liberadora, expresión de amor de oblatividad.
Hermanas, una verdadera hija de la Iglesia convive momento tras momento su Misterio Pascual con Cristo. Ella hará de su vida un paralelo lo más perfecto posible de la redención del salvador.
Amadas hijas, gócense de su vocación de ¡OPERARIAS DEL REINO! Levántense del nivel natural a las sublimidades del encuentro con Cristo. Oremos las unas por las otras. Las saluda su madre que las ama,
María Bernarda del Sagrado Corazón de María
(Cartas de Espiritualidad #1)