Obra, Pía, mayo 13 de 1917
¡Ave María!
En Jesús amadas Hijas:
Me imagino el santo fervor con que todas ustedes, hermanas enfermeras, educadoras y todas, compiten en ganar almas para ponerlas a los pies de Cristo y María en su respectivo mes.
Les suplico encarecidamente, a ustedes hermanas educadoras, que realicen su apostolado con mucho espíritu de fe. Amen a sus confiados, socorran sus necesidades. No les turben sus manías y su falta de receptividad; han sido poco favorecidos por parte de su hogar. ¡No desconfíen, ni piensen que es inútil tanto afán…!
¡Sean madres y amen! El amor todo lo soporta, todo lo cree posible, inspira siempre nuevas tentativas, jamás se cansa.
Y ustedes hermanas enfermeras, enderecen también las lámparas de su fe y confianza. ¿Recuerdan aun aquel moribundo rechazado por el médico? Han sido razones utilitarias… ¡perdonen! En el futuro sean valientes y amparen al desvalido. El amor misericordioso triunfará, y Dios mismo saldrá a su defensa. Aquel desdichado colocado a la puerta de su hospital, mucho hubiera ganado aun para la eternidad bajo su solícito amparo. La vida del moribundo es importante. Es la crisis mayor de la vida humana. No es lo mismo morir abandonado y desesperado, que estar fortificado por los consuelos de la religión y verse rodeado del amor sincero de los hermanos. Los que mueren son gavillas maduras para la última siega. Los que mueren en sus brazos, las bendecirán desde la eternidad.
Hermanas, cuiden bien a sus enfermos, pensionados o no. Restando la diversidad en la dieta, traten a todos con igual amor y solicitud. Sírvales de lema en su difícil apostolado, las palabras de Cristo: “En verdad les digo que cuanto dejaron de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejaron de hacerlo” (2).
Por la Madre de Dios, las saluda cordialmente su madre,
María Bernarda del Sagrado Corazón de María
Cartas de Espiritualidad #1