¡Ave María!

En Jesús amadas hijas:

“Yo les aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él”. Cuán profundas y dignas de meditación, son estas palabras del Evangelio. El Verbo Eterno tomó forma de niño y habitó entre nosotros, para que participáramos de su filiación divina. Es justo, luego, que nos comportemos como hijas de Dios.

Los hijos suelen obedecer. Las almas consagradas prometen libremente obediencia porque son hijas de Dios por antonomasia. Si su filiación divina por adopción es auténticamente evangélica, cuidarán de no aliarse con la prudencia carnal, ni serán autosuficientes. Créanme, toda religiosa carente de obediencia filial, experimentará zozobra tras zozobra, y no podrá gustar la intimidad con Dios. El Trascendente no se revelará a las almas ególatras, mientras hace grandes cosas en las de humilde corazón. El acceso a los misterios divinos sólo es patrimonio de quienes poseen la simplicidad de niños.

¡Qué atracción y unción divina emanan de ciertas almas! Dios se digna revelárseles; Él es su Padre y ellas son sus hijas. Realizan su filiación divina con plena conciencia y saben que es fruto de la Gracia y de una obediencia rendida.

Aprendamos de ellas; comportémonos como Hijas de Dios y seamos humildes y sencillas. Bienaventuradas mil veces, amadas hijas, si empiezan desde hoy y si perseveran hasta el fin. Como hijas suyas, muy amadas, las reconocerá el Padre; como esposas virginales las abrazará Cristo, y serán vasos de elección donde descansará el Espíritu Santo.

Oremos las unas por las otras. En el más fiel de los corazones las saluda su madre, María Bernarda del Sagrado Corazón de María.

Cartas de Espiritualidad #1