Obra Pía, julio 3 de 1916
¡Ave María!
En Jesús amadas hijas:
¡Alabanza, acción de gracias, honor, gloria y poder a nuestro Dios que por designio amoroso se encarnó y nos redimió con su Sangre!
Hermanas, tomemos esta Sangre Divina para purificarnos en ella con profunda humildad y sincera metanoia. Créanme, el único camino al cielo es aquel que Cristo holló con su propio pie:… “humildad – sacrificio y amorosa oblatividad”. Sin estas virtudes, la vida consagrada sería un campo estéril y carecería de atracción.
Mucho les he escrito acerca de la humildad, pero… ¿la han asimilado…? No basta raciocinar, hay que obrar. Si faltara la práctica, sería mejor callar. Quiera la Sangre Redentora de Cristo, sanar nuestros corazones de la soberbia, del egocentrismo y de la exagerada autosuficiencia. Quiera también que la humildad eche hondas raíces y produzca frutos sazonados de santidad. Todas juntas sabemos que la humildad ha de penetrar todo nuestro ser, por dentro y por fuera. Pero, y a pesar de tantas gracias, “nuestro saber y nuestro hacer” permanecen divorciados.
¡Qué cosa tan ruin, consagrarse a un Dios “humillado y rechazado”, y permanecer esclava de la soberbia personal!
-¿Podrá perseverar en su vocación una religiosa soberbia?
-¿Podrá mantenerse en castidad?
-¿Soportará de por vida el yugo de la obediencia?
-¿Tendrá caridad acrisolada?
Hermanas ¡Contéstense ustedes mismas! Yo las interrogo una vez más: ¿Será la humildad fruto de una larga vida?… Lo será si se humillan todos los días de la existencia. De otro modo, el cerro de su soberbia se convertirá en montaña infranqueable.
¡Que el temor de Dios las acompañe en la lucha por conseguir esta preciosa virtud!
¡Adiós! Por la Madre de Dios, las saluda su madre,
María Bernarda del sagrado Corazón de María.
Cartas de Espiritualidad #1