Cartagena, mayo 26 de 1918
¡Ave María!
En Jesús amadas Hijas:
En el presente tiempo litúrgico, reflexionarán diariamente sobre la acción del Espíritu Santo en las almas fervorosas. El Espíritu Divino les conceda el discernimiento y la disponibilidad para que hagan bien la obra de su vocación.
Cuánta luz y cuánta fuerza necesitamos para comprender y realizar las exigencias de nuestra vocación. Cuántos enfoques equívocos nos toca corregir, porque se inspiran en la prudencia natural; cuánta ignorancia debemos ilustrar, para promovernos en el plano sobrenatural. Hay tanto infantilismo en apreciar las cosas, o, más bien tantos subterfugios para evadir un deber que obliga y mortifica.
¿Será inválida la meditación de la oración hecha acá o allá, a esta hora o a tal otra? hermanas, los ejercicios religiosos son una obligación, pero están al servicio de Dios, de la caridad y de la obediencia; no lo conviertan en pretexto de egolatría. Tiempo, lugar y modo son factores secundarios, ¡tengan, pues, discernimiento!
Sirven a los enfermos y a la humanidad en general. Pero, ¿lo hacen a ejemplo de Cristo que curó también en sábado? ¿Es su servicio a los demás una entrega y una oblatividad? Abandonar el lugar del trabajo, y evadir un deber que deben realizar, para pretextar la hora de oración, es simplemente servir a su comodidad, pero no a Dios ni al prójimo. El verdadero discípulo de Cristo discierne entre naturaleza y virtud.
En esta ocasión, no las puedo alabar, como tampoco las alabará Dios. Que el Espíritu Santo las ilumine, las fortifique y les conceda el don del “discernimiento”.
¡Oren por mí! Con saludos, su madre,
María Bernarda del Sagrado Corazón de María.
Cartas de Espiritualidad #1