Cartagena, julio 1 de 1918
¡Ave María!
En Jesús amadas hijas:
Comiencen a aceptar el sufrimiento hasta llegar a amarlo. Qué maestro tan perito tenemos en nuestra escuela del dolor. Nos enseña lo que “El mismo” practicó de modo perfectísimo.
Nuestra vocación es ante todo una “escuela de padecimientos”. Por tanto, qué comportamiento absurdo el de un alma consagrada, que huye de la cruz y se excusa ante ella de mil maneras:
– ¡esto no lo sé!
– ¡para aquello, no soy capaz!
– ¡no tengo suficiente aguante!
– ¡me falta generosidad!
– ¡Dios no me pide tanto!
Queridas hijas, este es lenguaje de la discípula perezosa que prefiere la necedad y los arrullos del amor propio. No quiere esforzarse para aprender siquiera una sola lección de la sabiduría de la cruz. He aquí la discípula desaprovechada del más diligente entre todos los maestros, Cristo Nuestro Señor.
Hermanas, hay que aprender a “sufrir”. Por sufrimiento se entiende todo lo que molesta al cuerpo o al alma. Toda molestia es una cruz puesta en nuestro camino. Fue pesada, modelada y escogida con infinito amor por Aquél que nos precedió en el sendero de la ascensión. La cruz no viene desnuda; sobre ella nos llega la fuerza y la virtud para aceptarla y aun para amarla. No se comporten como chiquillas que pasean sus ojitos por acá y por allá, y luego caen y se hieren.
Sean vírgenes prudentes y abran sus ojos a la realidad. Contemplen en cada cruz un tesoro de infinito valor que les viene de arriba. Acéptenla y abrácenla con amor, no sea que caigan sobre ella y se lastimen. Ser discípulas y amadoras de la Cruz, ésta es nuestra tarea por excelencia. Sufran calladamente, sean magnánimas en cualquier dolor. Esta es una conducta digna de una esposa de Cristo crucificado. No sean plantas de invernadero, sin color y sin vigor.
¡Adiós! Por el Sagrado Corazón de Jesús, las saluda su madre,
María Bernarda del Sagrado Corazón de María
Cartas de Espiritualidad #1