Obra Pía, septiembre 27 de 1915

¡Ave María!

En Jesús amadas hijas:

Los títulos son un honor, ¡pero no sin dolor! Encierran obligaciones y exigen responsabilidad. Hermanas, su título de consagradas equivale a un compromiso doble: glorificar a Dios por su perfección personal, y glorificarlo por su apostolado en la extensión de su reino. Sean santas, y sirvan a todos sus hermanos, especialmente a los marginados. Es Cristo quien sufre en ellos, por tanto ámenlos y sírvanles con generosidad.

Hermanas enfermeras, educadoras, encargadas de la despensa, del lavadero, de la organización en cualquier sección de su apostolado, todas, glorifiquen a Dios con su vida santa y con su labor. Cristo mismo las observa, les agradece y las necesita en el enfermo, en el educando y en cuantos las rodean por doquier. Es su testimonio de Alter Chistus y su oración, la que salva a los hermanos.

Hijas muy amadas, les suplico y las insto, abran sus casas para atender a la promoción de los pobres y marginados. Dediquen siquiera “dos horas diarias” a esta misión. Ojalá los pobres se acerquen confiados a sus puertas. Llámenlos, anímenlos y díganles que yo les enviaré mi cariño y mi homenaje. Consideren los frutos que sazona para la vida eterna este servicio. Prefiéranlo a sus inocentes pasatiempos, los cuales, con todo, yo nunca quisiera reprobar. Inspiradas por unos mismos ideales y obligadas por un mismo amor, antepongan la promoción de la humanidad indigente a todo otro trabajo.

Hermanas, es precisamente por este trabajo entre los pobres como lograrán la más alta glorificación de Cristo. El cual se hizo pobre por nosotros. Sean consagradas en el sentido pleno de esta palabra. ¡Contrólense, guarden sus corazones libres de todo amor que las pudiera apartar de Dios y menguar la eficacia de su apostolado! ¡Que en la última hora Cristo salga a su encuentro y las presente inmaculadas ante su Padre! Que su título de consagradas las capacite para marchar en pos del Cordero Inmaculado a donde vaya, por toda la eternidad.

¡Adiós! Por María, la Madre de Dios, las saluda su madre,

María Bernarda del Sagrado Corazón de María.

Cartas de Espiritualidad #1