Había un Leñador viudo que se levantaba a las seis de la mañana y trabajaba todo el día cortando leña, y sólo paraba altas horas de la noche.
Tenía un hermoso hijo de apenas unos meses y un zorro, su amigo, al que trataba como a una mascota y en quien confiaba plenamente.
Todos los días el leñador iba a trabajar y dejaba al zorro cuidando a su hijo.
Todas las noches, cuando regresaba del trabajo, el zorro estaba feliz con su llegada.
Los vecinos del Leñador advirtieron que el zorro era un animal, un animal salvaje, y por lo tanto no se podía confiar.
Cuando tenga hambre, se comerá al niño.
El Leñador, siempre contestando a sus vecinos, decía que eso era una tontería.
El zorro era su amigo y nunca haría eso.
Los vecinos insistieron:
– “¡Leñador abre los ojos! El Zorro se comerá a tu hijo”.
– “¡Cuando tenga hambre se comerá a su hijo!
Un día el Leñador, muy agotado del trabajo y muy cansado de estos comentarios, al llegar a casa vio al zorro sonriendo como siempre y con la boca completamente ensangrentada.
El Leñador rompió a sudar frío y sin pensarlo dos veces golpeó con el hacha en la cabeza del zorro…
Cuando entró desesperado a la habitación, encontró a su hijo en la cuna durmiendo plácidamente y al lado de la cuna una serpiente muerta.
Ante este hecho, el Leñador enterró al zorro y, con el, a su hacha.

Moraleja de la historia:

Ten cuidado con tu círculo de influencias. No juzgues a las personas ni a las situaciones basándose en lo que dicen los demás, incluso cuando sean amigos. Chismear o tomar decisiones sin discernimiento, sin evidencia objetiva, puede generar grandes errores, además de causar heridas en ti y en las personas que amas. Actua con prudencia y atención. Intentar actuar como juez no te libera de decisiones injustas.