Con el tiempo las historias que hacen parte de nuestros mas dulces recuerdos tienden aenriquecerse y transformarse; bien lo dice el autor del Maestro de Ilusiones al hablar de la obra maravillosa de Jesús con sus discípulos al reescribir en sus historias plagadas de dolor, el proyecto mas revolucionario de toda la historia: Un reino de amor, justicia, igualdad, el Reino de los Hijos de Dios. Consciente o inconscientemente reescribimos
nuestra historia con los hechos del presente que afectan las entrañas de nuestra sensibilidad, todas nos ayudan a crecer, sean ellas alegres o tristes.

Hace algunos meses tuve un dialogo con una vieja hermosa “vendedora de pescado” que me hizo valorar y amar mucho mas mi vocación de Mujer Consagrada al mas hermoso y fiel de los hombres; entre otras cosas hablamos sobre todo del porque nosotras no nos casábamos y por que ellas debían casarse. Las palabras exactas que se entrecruzaron aquel día, no son las mismas, cada vez que lo cuento me sale de distinta manera y hoy seguramente pasara así, pero tratare de ser lo mas fiel posible a estas perlas de sabiduría que Dios me transmitió a través de Maimuna.

Después de la pregunta común en muchos diálogos con nuestras mujeres: “¿Dónde está tu marido? ¿Él les permite salir de su país por tantos años? ¿Y los hijos?”. En alguna ocasión habremos escuchado que en esta cultura la mujer tiene un camino ya trazado: ser entregada a un hombre en matrimonio, para hacerlo feliz y para tener y criar sus hijos (los hijos son del marido) y no hay en la mayoría, signo de desaprobación frente a esto, todas quieren aprender bien a cocinar, algún oficio manual o un pequeño comercio para comprar la salsa del día y darle gusto a su marido.

Me senté al lado de Maimuna mientras limpiaba el pescado y me dijo lo siguiente: “Solo al lado de un marido, las mujeres encontramos la sabiduría que todo ser humano debe conquistar en este mundo antes de ir al paraíso, por eso nosotras tenemos que casarnos”; yo le había tratado de explicar que nosotras no estábamos casadas con un hombre de esta tierra, sino que nos consagrábamos a Dios en concreto a su Hijo Jesucristo; como ellas, para beber de su sabiduría y para hacerlo feliz! Pero que esta felicidad estaba representada en ser y hacer felices a todos los seres humanos, particularmente aquellos con quienes compartíamos el día a día de nuestras vidas.

Me responde Maimuna: “Muy pocas mujeres en este mundo como ustedes, alcanzan la sabiduría sin un hombre de carne y hueso al lado; ustedes han sido dotadas de un don especial, para ser sabias por si mismas, sin un marido que se las trasmita”. Esto fue todo, pero fue un momento que se quedo grabado en mi memoria, que confirma en la profundidad de mi alma el enorme sentido de nuestra consagración y ese don del que ella habla: NUESTRA VOCACIÓN A LA VIDA CONSAGRADA. Muchas mujeres de nuestro tiempo no necesitan de un marido para ser sabias, lo alcanzan con los estudios, los viajes, su trabajo, sus obras, pero nosotras la alcanzamos entregando libremente nuestra voluntad de amar al mas bello de todos los hombres, confiadas en la profundidad y fidelidad de su promesa de estar con nosotras hasta el fin de los tiempos; tratamos de hacer pequeñas y grandes cosas para dar razón de nuestro ser de Consagradas y Operarias del Reino y buscamos a cada instante ser felices para manifestarle a nuestro prójimo cuan bello, bueno, noble y justo es el Hombre al que amamos.

Después de diez y ocho años, muchas cosas han cambiado en mi vida, más de lo que una se pueda imaginar, vivencias felices y tristes, unas fáciles de digerir como el agua y otras duras y tenazmente complicadas como los cardos, pero en todas un llamado a ser más sabias, más fieles, más felices, más de Jesús, más convencidas y convencedoras que nuestra vida consagrada hoy más que nunca es un camino hacia la felicidad que nunca disminuye, que crece y se ha de manifestar en la vivencia fiel y gozosa de nuestra CONSAGRACIÓN, al ejemplo de Francisco y Bernarda, Jesucristo nos ha privilegiado con modelos de vida tan claros, tan sabios, tan simples que nos recuerdan a cada instante las sendas que hemos de seguir para conquistar la sabiduría que nos hace grandes delante de Dios aunque pequeños y muchas veces insignificantes a los ojos humanos ¡Animo! El mundo y la humanidad entera espera de nosotras signos de esperanza, semillas de ilusión para dar sentido a su caminar de cada día.

Por: Hna. Janeth Patricia Aguirre