Un día, la soledad llamó a la puerta de un gran sabio. Él la invitó a entrar. Poco después, se fue decepcionada. Había descubierto que no podía capturar a ese ser bondadoso, pues nunca estaba solo, siempre lo acompañaba el amor de Dios.

En otra ocasión, la ilusión también llamó a la puerta de aquel sabio. La invitó amorosamente a su humilde morada. Poco después, salió corriendo gritando que estaba ciega. El corazón del sabio estaba tan luminoso de amor que había eclipsado su propia ilusión.

Otro día apareció la tristeza. Antes de que llamara a la puerta, el sabio asomó la cabeza por la ventana y le dedicó una sonrisa grandiosa. Tristeza se retiró, dijo que había sido un error y fue a llamar a otra puerta que no estaba tan iluminada.

La fama del sabio crecía y cada día llegaban nuevos visitantes que pretendían conquistarlo en nombre de la tentación. Un día era desesperación, al siguiente era impaciencia. Luego vino la mentira, el odio, la culpa y el engaño. Pura pérdida de tiempo: el sabio invitó a todos a pasar y se fueron decepcionados con el saldo de esa alma bondadosa.

Sin embargo, un día la muerte llamó a su puerta. Él la invitó a entrar. Sus discípulos esperaban que ella huyera en cualquier momento, eclipsados ​​por el amor del maestro. Sin embargo, esto no sucedió. Pasó el tiempo y ni ella ni el sabio aparecían. Los discípulos, llenos de miedo, entraron en la humilde casa y encontraron el cadáver de su maestro tirado en el suelo.

Comenzaron a llorar cuando vieron que el querido maestro se había ido con su muerte. Al mismo tiempo, la ilusión, la soledad y todos los demás servidores de la ignorancia que nunca antes habían logrado permanecer en esa habitación entraron en la casa. La tristeza de los discípulos había abierto la puerta y los retuvo adentro.

MORALEJA DE LA HISTORIA:

Aquellos a quienes invitamos entran a nuestra morada, pero solo aquellos que encuentran un ambiente adecuado para establecerse permanecen con nosotros.

Fuente: Autor desconocido.